En Reflexión Dominical

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Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».

Palabra del Señor


La celebración de este domingo, quinto del tiempo ordinario, nos permite ver lo importante que es el testimonio cristiano en medio de la comunidad universal y la importancia que le da Jesús al comportamiento de cada uno de sus discípulos. Recordamos que Jesús llamó a doce discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles y sobre los que dejó la responsabilidad de continuar su obra; así mismo, recordamos que envió a otros setenta y dos discípulos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos y sobre las enfermedades; en este grupo, nos vemos reflejados todos los fieles cristianos, y para que la presencia de cada uno fuera determinante en medio del mundo, pronunció lo que hoy hemos escuchado. Todos los seguidores de Jesús, sin excepción ni distinción, somos la sal de la tierra y la luz del mundo. Esa es la misión que nos ha dejado el mismo Jesús, y nos la ha confiado sabiendo que tiene una gran importancia, y que del cumplimiento que le demos depende la convivencia de la humanidad entera. Él mismo advirtió el peligro de que la sal se vuelva sosa; es decir, de que nos dejemos llevar por un mundo desabrido y nos unamos a su moda y a su marcha, o que nos dejemos envolver por un mundo que camina en tinieblas y en lugar de ser luz para los demás, ayudemos a que crezca la oscuridad en todos. Con tristeza debemos reconocer que los cristianos nos hemos ido sumando a la marcha de la sociedad sin preocuparnos por ser sal de la tierra y luz del mundo; este enfriamiento no solo ha invadido a los cristianos “de a pie”, de los que nos conformamos con decir que creen, pero no practican, sino que se ha metido en lo profundo de la Iglesia y ha invadido a los cristianos en general, empezando por las altas jerarquías y llegando hasta el último cura de pueblo. Esa es la lectura de la Iglesia que está haciendo el papa Francisco, que profundamente inspirado por el espíritu de Jesús, nos dice: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”. El evangelio de hoy y las palabras del papa nos ponen en grandes aprietos, pero al mismo tiempo nos hacen entender que la misión de cada uno de nosotros es muy grande y muy importante: es en la oscuridad donde se necesita una luz, es en un mudo desaliñado donde se necesita la sal…, y ese mundo es el nuestro. Y si nos cuesta comprender lo que significa ser luz del mundo y sal de la tierra, el profeta Isaías nos lo muestra de manera inequívoca: lo que Jesús espera de todos nosotros, sus discípulos, es que partamos nuestro pan con el hambriento, que nos ocupemos de hospedar a nuestros hermanos que no tienen techo, que nos encarguemos de proporcionar vestido a los que no lo tienen y que de ninguna manera nos cerremos a nuestros hermanos. El hambre, la desnudez, la falta de vivienda y las demás necesidades básicas por las que pasa gran parte de la humanidad son nuestras y no nos podemos quedar con los brazos cruzados, pensando que somos buenos, sin hacer nada por brindar soluciones.

Rafael Duarte Ortiz

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