En Notas de Prensa

Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-04-07

Ante la cercanía de la Pascua, la Iglesia proclama fragmentos del evangelio que nos descubren el estado de ánimo de Jesús en aquellas horas previas a su “paso” de la vida terrena a las manos del Padre. Hoy nos propone la contemplación de lo que ocurrió en la Última Cena (Jn 13, 21-33. 36-38), que bien podemos denominar como una “Cena de despedida”.

La cronología de aquella Pascua, según el relato del evangelista Juan, nos permite afirmar que aquella cena de despedida tuvo lugar un día antes de la cena pascual de los judíos. Así lo estiman comentaristas bíblicos muy solventes, entre los que hay que contar al papa emérito Benedicto XVI. Jesús convocó a sus amigos a esa cena de despedida en la tarde del jueves, “antes de la fiesta de la Pascua”. En efecto, los judíos celebraron aquel año la cena pascual en la tarde-noche del viernes, como atestigua un detalle que no pasó inadvertido al evangelista: durante el proceso de Jesús, los que le llevaron ante Poncio Pilato “no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder comer así el cordero de la Pascua”. De ello se deducen dos consecuencias que tienen un significado profundo. La primera, que Jesús murió a la misma hora del viernes en la que eran sacrificados en el Templo los corderos, que por la noche comerían los judíos en la cena pascual; de este modo se ponía de manifiesto que Jesús es el nuevo “cordero que quita el pecado del mundo”. La segunda, que Jesús transformó aquella cena de despedida en la nueva cena pascual, introduciendo un rito que no estaba previsto en la liturgia judía: tomar el pan, partirlo y repartirlo diciendo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, y lo mismo con el cáliz: “Bebed de él todos, porque este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre”. De este modo selló una nueva y definitiva alianza entre Dios y nosotros, y anticipó su muerte redentora que se consumaría en la mañana del día siguiente y que, por mandato suyo, los cristianos seguimos celebrando todos los días.

Dice el evangelista que Jesús, en aquella cena de despedida ?la nueva cena pascual de los cristianos?, estaba profundamente conmovido y, en un momento inesperado para todos, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Naturalmente, aquella confidencia cayó como un jarro de agua fría sobre el grupo de comensales, que se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Después, ante las señas de Simón Pedro para averiguar de quién hablaba, dio discretamente un trozo de pan untado a Judas, posiblemente como un gesto último que le hiciera recapacitar, pero no obtuvo respuesta. Judas tomó el pan sin decir palabra y, tal como informa el evangelista, “detrás del pan entró en él Satanás”. Después, Jesús le dijo: “Lo que tienes que hacer hazlo en seguida”, y Judas salió. Ninguno entendió lo que pasaba; pensaron que tenía que cumplir algún encargo, pero no era así: salió a consumar la traición. El evangelista subraya que “era de noche”, en referencia a la lucha entre la luz y las tinieblas, que acompañó a Jesús durante su vida terrena, como el mismo Juan atestigua en el prólogo de su evangelio: “la Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, pero los suyos no la recibieron”.

No puede extrañarnos que un par de horas después, cuando llegaron al huerto de Getsemaní, confesara a sus discípulos: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo”. Nosotros, que seguimos también tristes y atemorizados, porque la pandemia no cesa con la rapidez que desearíamos, al revivir estos hechos, percibimos que nuestra angustia está acompañada por la que Jesús vivió y que no estamos solos para afrontarla. Nos conforta y nos invita a orar con Él; hoy, con los sentimientos del salmo 129:

Desde lo hondo a Ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Mi alma espera en el Señor,
mi alma espera en su Palabra,
mi alma aguarda al Señor,
porque en El está la salvación.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?

Pero de Ti procede el perdón
y así infundes respeto.
Mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.
Aguarde Israel al Señor
como el centinela a la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia
y la redención copiosa
y El redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Pedro Escartín Celaya

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