Documento para descargar: para-el-angelus-2020-04-08
El texto del evangelio que ayer comenté tiene una segunda parte, que no expuse por falta de espacio; lo hago hoy porque el evangelio de este día (Mt 26, 14-25) vuelve a insistir en la traición de Judas. Después de que Judas abandonara aquella “cena de despedida”, siguió una conversación entre Jesús y Pedro, que bien podría ser el pórtico de otra traición: la de Pedro.
Jesús, con un lenguaje un tanto críptico, dio a entender su inminente partida hacia el Padre y Simón Pedro no pudo menos de preguntarle: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde”. Pero Pedro, siempre voluntarioso e impulsivo, soltó sin pensarlo dos veces: “¿Por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti”. A lo que Jesús, con comprensiva compasión, le advirtió: “¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces”, con lo cual le decía, más como una constatación que como un reproche, que aquella misma noche, antes de que amaneciera, le habría traicionado, jurando no conocerle ni tener nada que ver con él, ante un grupo de guardias y criados que estaban en el patio de la casa del Sumo Sacerdote mientras se iniciaba el proceso contra Jesús.
Esto nos lleva a reflexionar sobre las dos traiciones, la de Judas y la de Pedro, tan diferentes en su motivación y en su desenlace. El evangelio de Mateo nos recuerda que fue Judas quien decidió facilitar la detención de Jesús mediante una compensación en metálico: “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?” ¿Qué movió a Judas a dar este paso? Seguramente, el despecho y el desencanto; vista la deriva que estaba tomando la causa de Jesús, pensó que con él no se podía hacer carrera, ni para medrar ni para liberar a Israel de los romanos; mejor sería obtener algún provecho del tiempo perdido. Pedro, en cambio, quería a Jesús; cierto que, cuando anunciaba días de persecución y muerte, Pedro creía, como los demás, que no era ése el camino correcto para un mesías, y trató de hacerle recapacitar; pero nunca pensó en traicionarlo. En la Cena, dijo que estaba dispuesto a morir por él, y era sincero, aunque más tarde, en un ambiente hostil donde abundaban los enemigos, el miedo fuera más fuerte que la fidelidad; las negaciones de Pedro fueron fruto de una valentía apagada por el frío de la noche.
El desenlace de ambas traiciones también fue del todo diferente. Judas, cuando vio que su traición desembocaba en condena a muerte, sintió remordimientos; él no quería ir tan lejos; esa condena le dejaría marcado para siempre. Entonces, trató de deshacer el entuerto y devolvió las treinta monedas, pero era tarde. Otro – Satanás- había entrado con aquel bocado que Jesús le ofreció sin que él fuera capaz de rectificar. Había roto la amistad con Jesús y ya no era libre, sino esclavo de otros poderes. No vio más salida que la de desaparecer: “fue y se ahorcó”, porque no logró creer en el perdón. Sólo veía su propia oscuridad, su arrepentimiento se convirtió en desesperación y fue destructivo. Pedro, en cambio, al oír el canto del gallo, rememoró al amigo que estaba traicionando y, “saliendo fuera, rompió a llorar amargamente”. Pedro creía en Jesús, le amaba y confiaba en la misericordia de Dios, que perdona hasta setenta veces siete.
Dos traiciones y dos actitudes ante Dios, ante la vida y ante los hermanos. Es la misericordia de Dios, manifestada en la entrega de su Hijo, la que, ante la desolación que nos producen nuestros pecados y ante el desasosiego de esta la pandemia, nos impulsa a rezar con los sentimientos del salmo 26:
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.»
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
Pedro Escartín Celaya