En General, Notas de Prensa

Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-04-24

Comienza en este día la lectura de uno de los signos más significativos que Jesús hizo: la multiplicación de cinco panes de cebada y un par de peces, con los que sació a más de cinco mil hombres y aún sobraron doce canastas (Jn 6, 1-15). Un hecho significativo, porque con él Jesús desveló su personalidad de pan partido y repartido para la vida del mundo; y también, porque con él respondía a las necesidades más profundas de los seres humanos. Dice el evangelista que mucha gente seguía a Jesús, “porque habían visto los signos que hacía con los enfermos”. Esta multiplicación milagrosa del alimento y su posterior explicación, hecha por el mismo Jesús, pretende dejar claro quién es él y cuál es su misión en este mundo.

La reacción de la gente fue entusiasta, pero equívoca. Por de pronto, un signo tan vistoso evocó en ellos la figura de Moisés dando de comer al pueblo en el desierto y les animó a reconocer a Jesús como el profeta esperado: “Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo”, dijeron. Pero, al mismo tiempo, pretendieron proclamarlo Rey. Jesús era consciente de la deriva política y nacionalista que tal proclamación imprimiría a su mesianismo, y se zafó del entusiasmo popular: “se retiró otra vez a la montaña, él solo”. Su reacción es una advertencia válida para sus seguidores de todos los tiempos. Los judíos ?y también nosotros cuando no estamos vigilantes? entendían el mesianismo como preeminencia y poder sobre los demás, y un medio para alcanzar la independencia política; Jesús siempre lo entendió como la actitud del Siervo de Yahavéh, del Hijo del hombre, que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. Rechazando el ser proclamado Rey, anticipó la afirmación que más tarde haría ante Pilato: “Mi reino no es de este mundo”.

A lo largo de la próxima semana seguiremos reflexionando sobre la explicación que Jesús hizo de este signo y su significación actual para nosotros. Hoy tendríamos bastante, si el signo de la multiplicación del pan y la huída de Jesús cuando quieren proclamarlo Rey nos hiciesen recapacitar sobre la actitud con la que hemos de acercarnos a Jesús. Aquella gente estaba entusiasmada porque veía los signos que hacía con los enfermos, sin darse cuenta de que eran signos, pero que la realidad era más valiosa que lograr la salud del cuerpo, pues la preocupación de Jesús por nosotros le lleva a responder a nuestras necesidades más profundas, que van más allá que las de vernos libres de una enfermedad. Todo lo que estamos sufriendo con el coronavirus y con las medidas de confinamiento para librarnos de él debe llevarnos a buscar algo más que la salud corporal. Frecuentemente, nuestras esperanzas sólo persiguen metas inmediatas: la salud, el pan material, el bienestar, vivir despreocupados…; pero en nuestra vida hay una dimensión más honda, que es la que da sentido a todo eso y mantiene fresca la esperanza: vernos libres de la esclavitud del egoísmo y del miedo a la muerte. Para vivir en esta libertad es para la que Cristo nos ha liberado. Lo reconocemos con las palabras y sentimientos del salmo 26:

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.»
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,

Pedro Escartín Celaya

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