En Notas de Prensa

Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-04-25

De san Marcos, evangelista, cuya fiesta hoy celebra la Iglesia, tenemos alguna noticia gracias al libro de los Hechos de los Apóstoles y de la primera carta del apóstol Pedro. La tradición de la Iglesia lo identifica con Juan Marcos, sobrino de Bernabé, que acompañó a Pablo en sus viajes apostólicos (Hch 15, 37-39); y sería también el compañero de Pedro en su predicación en Roma (1 Pe 5, 13). Las relaciones de Pablo con Juan Marcos no pasaron por su mejor momento, cuando éste decidió volverse a Jerusalén desde Panfilia, mientras Pablo y sus compañeros se dirigieron a Antioquía de Pisidia. ¡Ni entre los primeros evangelizadores dejó de haber tensiones! Lo cual nos ofrece un toque de autenticidad: eran seres humanos, no ángeles, y sus escritos no ocultan sus defectos.

Parece que Marcos puso por escrito la predicación de Pedro en Roma y su evangelio fue escrito entre los años 65 y 70, cuando todavía vivían muchos que habían conocido a Jesús, habían oído su predicación y habían sido testigos de sus milagros. Marcos inicia su relato con estas palabras: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”; cuando en los últimos párrafos narra la muerte del Crucificado, dice que el centurión que estaba al frente del piquete, “al ver cómo había expirado [Jesús] dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios»”. De este modo, Marcos enmarca su narración en una confesión de fe: Jesús es el Hijo de Dios. Por eso, dice que su relato es “evangelio”, es decir “buena noticia”. Esta palabra ?evangelio? se utilizaba en el mundo grecorromano para calificar el nacimiento de los emperadores y augurar una era de prosperidad; antes, el profeta Isaías ya había utilizado este mismo término para alabar al mensajero que anunciaba a Israel la vuelta del destierro y, con ella, la llegada del reinado de Dios: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!»”. Por lo tanto, desde el principio de su narración, Marcos presenta a Jesús como el mensajero y la encarnación del reino de Dios, que lo anuncia con palabras y signos, e invita a la conversión: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15).

Cuando narra el prendimiento de Jesús, cuenta una anécdota aparentemente insignificante. Dice que allí, en el huerto de Getsemaní, apareció un joven en medio del tumulto, que “le seguía cubierto sólo de un lienzo” y trataron de detenerle también, pero él “dejando el lienzo se escapó desnudo”. Muchos estudiosos identifican a este joven con el propio Marcos, que tal vez dormía en el huerto como guardián del mismo, se asomó a ver qué pasaba y se escabulló como pudo. El que sea un detalle insignificante, y que sólo Marcos recoge, corrobora que aquel joven era el autor de ese relato, en el que habría participado.

El evangelio de Marcos invita al lector, desde el primer momento, a la conversión para poder acoger el reinado de Dios, que llega con Jesús. El testimonio del evangelista nos ayuda a mantener viva la confianza en Jesucristo, Hijo de Dios, victorioso sobre la muerte. En este sábado de la II semana de Pascua, en el que también celebramos el patrocinio de la Virgen del Pueyo sobre nuestra Iglesia diocesana, pidamos la intercesión de Santa María, y a los santos apóstoles y evangelistas que mantengan nuestra fe y nuestra esperanza siempre y sobre todo en este tiempo de dolor:

Vosotros que escuchasteis la llamada
de viva voz que Cristo os dirigía,
abrid nuestro vivir y nuestra alma
al mensaje de amor que él nos envía.

Vosotros que invitados al banquete
gustasteis el sabor del nuevo vino,
llenad el vaso, del amor que ofrece,
al sediento de Dios en su camino.

Vosotros que tuvisteis tan gran suerte
de verle dar a muertos nueva vida,
no dejéis que el pecado y que la muerte
nos priven de la vida recibida.

Vosotros que visteis ya glorioso,
hecho Señor de gloria sempiterna,
haced que nuestro amor conozca el gozo
de vivir junto a él la vida eterna. Amén.

Pedro Escartín Celaya

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