En Notas de Prensa

Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-05-02

Con la conversión, Pablo inició su vida de evangelizador y, al mismo tiempo, de persona “non grata” para los judíos. En seguida se puso a predicar en la sinagoga de Damasco que Jesús era el Hijo de Dios. Y los judíos tomaron la determinación de matarle; así que tuvo que huir, descolgado de noche por la muralla en una espuerta; sus nuevos hermanos cristianos le llevaron a Jerusalén y después a Cesarea y a Tarso. Desde entonces, la persecución fue una constante en la vida de Pablo. Ésta es también una constante en la vida de la Iglesia, cuando quiere ser fiel a su Señor. Hoy celebramos la memoria de san Atanasio, obispo de Alejandría de Egipto a comienzos del siglo IV, que fue desterrado cinco veces y acusado injustamente de traición, asesinato, malversación de fondos y sacrilegio, por defender la divinidad de Jesucristo, tal como había sido proclamada en el Concilio de Nicea frente a la herejía arriana. No ha sido fácil la fidelidad al Señor para nuestros padres en la fe.

El libro de los Hechos de los Apóstoles vuelve a fijar su atención en el apóstol Pedro, que está recorriendo la costa de Palestina por las ciudades de Lida, Sarón, Jafa y Cesarea, y confirmando la fe de los paganos que han empezado a creer en Jesucristo y a entrar en la Iglesia. En el fragmento que se lee en la Eucaristía de hoy (Hch 9, 31-42), Pedro realiza dos milagros ?la curación de un paralítico llamado Eneas y la resurrección de Tabita, una buena mujer de aquella comunidad?, que tienen un profundo significado teológico. Se trata de señales o “signos”, como los que había realizado Jesús para confirmar su anuncio de que el reinado de Dios estaba llegando y que él era el pan de vida, y como el mismo Pedro y Juan realizaron en Jerusalén con el paralítico de la Puerta Hermosa del templo, en los primeros días después de Pentecostés.

No veamos estos milagros como actuaciones mágicas para modificar el curso natural de los acontecimientos; sólo son “signos” que preparan a los oyentes para acoger un mensaje que impulsa hacia un nuevo modo de vivir y esperar. Necesitamos saber que Dios está a nuestro favor y que nuestra vida tiene un destino glorioso en sus manos, y a ello tienden esos “signos”, que no se prodigan a voluntad del querer humano. Porque el mundo y la historia han sido encomendados al ser humano, y éste no debe contar con que una intervención extraordinaria de Dios sustituya sus responsabilidades o elimine la connatural fragilidad de su existencia. Ni Jesús bajó milagrosamente de la cruz, ni sus apóstoles se vieron libres de persecuciones y de una muerte violenta; pero todos ellos mantuvieron la firme esperanza de que su vida y su muerte tenían sentido en las manos de Dios: “¡Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu!”, fueron las últimas palabras de Jesús en la cruz, y al tercer día el Padre cumplió en él su designio de salvación.

Seguramente, en estos días de tensión y angustia se han incrementado nuestras oraciones y hacemos bien, pero no olvidemos que, cuando nos enseñó a orar, Jesús puso en nuestros labios dos peticiones: “Venga a nosotros tu reino” y “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, porque si abrimos nuestro corazón al reinado de Dios y deseamos que aquí se haga lo que Él quiere, la tierra será un cielo. Con la confianza de los buenos hijos, recemos hoy el salmo 22:

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

Pedro Escartín Celaya

Teclea lo que quieres buscar y pulsa Enter