En Notas de Prensa

Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-05-03

A este cuarto domingo de Pascua se le da el nombre de Domingo del Buen Pastor, porque el evangelio de los tres ciclos litúrgicos recoge la imagen del “buen pastor”, con la que el propio Jesús se identificó. Por deseo del papa san Pablo VI, es una Jornada de Oración por las Vocaciones, desde hace cincuenta y siete años. El pasado viernes iniciamos, en nuestra Iglesia diocesana, la oración por las vocaciones con una Vigilia virtual, que puede recuperarse en los medios de comunicación y en las redes. Para inspirar la oración de este domingo, el papa Francisco ha elegido “cuatro palabras clave -dolor, gratitud, ánimo y alabanza- para agradecer a los sacerdotes y apoyar su ministerio”.

En el evangelio (Jn 10, 1-10), Jesús nos propone la imagen del buen pastor con dos parábolas -la del pastor y la de la puerta- para referirse a él mismo: él es el pastor, pero también la puerta del aprisco donde se guarecen las ovejas. Este discurso se encuadra dentro de una sección en la que Jesús, después de constatar la ceguera de los sumos sacerdotes y fariseos dirigentes del pueblo, puesta de manifiesto en la acusación que le habían hecho al haber curado a un ciego de nacimiento en sábado (narrada a lo largo de Jn 9), se describe a sí mismo como el pastor que encarna la solicitud de Dios por su pueblo, que anunciaba el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta…” Jesús es también la puerta por la que hay que entrar para cuidar al rebaño; quien no entra por esa puerta, “es ladrón y bandido”; él es, al mismo tiempo, el pastor al que conocen las ovejas y las guía con seguridad “por cañadas oscuras” hacia “verdes praderas” y “fuentes tranquilas”; él es el que ha venido “para que tengan vida y la tengan abundante”.

A propósito de esta imagen de Jesús como pastor de su pueblo, es oportuno recordar las palabras del papa Francisco cuando dice que “podemos atrevernos, y debemos hacerlo, a decirle a cada joven que se pregunte por la posibilidad de seguir este camino” (el de la vocación al sacerdocio y a la vida religiosa). Vivimos en un tiempo de sequía vocacional, que es debida no tanto a que el Señor no siga llamando, sino a que muchos cristianos han dejado de hacer de cauce para que esa llamada llegue a los jóvenes. Las pautas culturales en las que vivimos han desprestigiado estas vocaciones y las han hecho socialmente irrelevantes hasta conseguir que no sean atractivas. El Papa cuenta que algunas veces hizo esta propuesta a jóvenes que le respondieron casi con burla diciendo: “No, la verdad es que yo no voy para ese lado”, y sin embargo, años después algunos de ellos estaban en el Seminario, porque el Señor no deja de llamar, pero necesita nuestra mediación para que su voz llegue a los jóvenes.

La Iglesia no podría subsistir sin el acompañamiento de los que, en el seno de cada comunidad, hacen presente a Cristo como cabeza “de su cuerpo que es la Iglesia”. El sacerdote no sólo está en la Iglesia y es “cristiano con vosotros”, sino que a la vez está al frente de la Iglesia y “es cristiano para vosotros”, como dijo san Agustín. Es preciso que cese la sequía vocacional y esto reclama la oración de todos, pero también la mediación de todos para que llegue a los jóvenes la llamada del Señor. Durante este tiempo de dolor por la pandemia, han sido muchos los sacerdotes que, aún con riesgo propio, han llevado a los enfermos la cercanía de Dios, a sus familias el consuelo de la fe y a todos la confianza en que Dios sigue siendo nuestro Padre en medio de la adversidad. Pidamos hoy el don de las vocaciones de especial consagración con palabras del papa san Juan XXIII

Envía, Señor, obreros a tu mies
que espera en todo el mundo
a tus apóstoles y sacerdotes,
a los misioneros heroicos,
a las religiosas amables e incansables.
Enciende en el corazón de los jóvenes
y de las jóvenes la chispa de la vocación.
Haz que las familias cristianas
quieran distinguirse en dar a tu Iglesia
los cooperadores y cooperadoras del mañana.
Así sea.

Pedro Escartín Celaya

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