Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-05-09
La primera lectura de hoy (Hch 13, 44-52) narra otro hecho decisivo para la evangelización. Ocurrió en Antioquía de Pisidia, donde inicialmente la predicación de Pablo y Bernabé había obtenido algún éxito. En un discurso parecido al del apóstol Pedro en Pentecostés, recordaron a aquella comunidad judía lo que había ocurrido con Jesús de Nazaret en Jerusalén y como Dios lo resucitó. Y concluyeron diciendo: “Tened, pues, entendido, hermanos, que por medio de éste os es anunciado el perdón de los pecados; la total justificación que no pudisteis obtener por la Ley de Moisés la obtiene por él todo el que cree”. Los oyentes estaban encantados y les rogaron que volviesen a hablarles el siguiente sábado.
Pero ocurrió lo que no esperaban, aunque siempre forma parte del anuncio y seguimiento de Jesús: la persecución. El sábado siguiente “se congregó casi toda la ciudad para escuchar la Palabra de Dios”, pero los judíos (se supone que los que tenían influencia en la ciudad) “al ver la multitud se llenaron de envidia y contradecían con blasfemias a cuanto Pablo decía”. Después, “incitaron a mujeres distinguidas que adoraban a Dios, y a los principales de la ciudad” para que expulsaran a Pablo y a Bernabé. Éstos tuvieron que marcharse; al salir, se sacudieron el polvo de sus pies como testimonio contra ellos. Jesús ya lo había previsto cuando advirtió a sus discípulos: “Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para la aquella ciudad” (Mt 10, 14-15).
El sábado anterior habían finalizado el discurso advirtiendo que no dejasen pasar de largo el ofrecimiento de salvación, que nos llega por Jesús. Aquellos judíos lo rechazaron, mientras que los gentiles lo acogieron con alegría. Pablo y Bernabé se marcharon obligados, pero no cesaron en su actividad y se fueron a Iconio, porque no estaban realizando una obra suya, sino que secundaban la acción del Espíritu Santo, que los llenaba de alegría y de fuerza. Y al marchar, dijeron a los judíos que los expulsaban: “Teníamos que anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor”. A partir de entonces, la predicación de Pablo se dirigió sobre todo a los gentiles, de manera que se le conoce con el apelativo de “apóstol de los gentiles”.
¿Qué nos enseñan estos acontecimientos? Por de pronto, que no nos arredremos por la persecución, pues siempre va unida, de uno u otro modo, al anuncio del Evangelio. Aunque el “Príncipe de este mundo” nada puede contra Jesús, sin embargo está presente y continúa activo, como advirtió a sus discípulos en la noche de la Cena (Jn 14, 30). Y, además, que sepamos aprovechar la oportunidad de conversión que nos ofrece esta crisis: un consejero del Centro Sur de Ginebra para políticas de salud, en un artículo publicado en “Le Monde Diplomatique”, ha comparado la crisis del Covid 19 con la primera semana de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Dice que en ella, el santo llama a tomar conciencia y arrepentirse de los pecados, y él llama a tomar conciencia y arrepentirnos del modelo de desarrollo que hemos construido, en el que “mis beneficios son tus pérdidas”, en el que “es más relevante un futbolista que una enfermera y más importante producir armas que construir hospitales”. Pidamos, por intercesión de Santa María, capacidad de conversión, orando un día más con el papa Francisco:
Oh María, tú resplandeces siempre
en nuestro camino como signo de salvación y
de esperanza.
Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los
enfermos, que bajo la cruz estuviste asociada al
dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, Salvación de todos los pueblos,
sabes de qué tenemos necesidad y estamos
seguros de que proveerás, para que, como en
Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la
fiesta después de este momento de prueba.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre y a
hacer lo que nos dirá Jesús,
quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos
y ha cargado nuestros dolores para
conducirnos, a través de la cruz, a la alegría de
la resurrección.
Bajo tu protección buscamos refugio,
Santa Madre de Dios.
No desprecies nuestras súplicas, que estamos
en la prueba, y libéranos de todo pecado,
oh Virgen gloriosa y bendita.
Pedro Escartín Celaya