Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-05-10
A este quinto domingo de Pascua se le da el nombre de Domingo de los ministerios, porque las primeras lecturas de cada uno de los tres ciclos litúrgicos narran cómo fueron apareciendo los diversos ministerios en el seno de la comunidad cristiana. Primero fue la institución de los siete diáconos, (Hch 6, 1-7), hombres de cultura griega, que fueron encargados de atender con especial dedicación a los más necesitados, que entonces eran las viudas. Enseguida fueron asociados a la misión de anunciar a Jesucristo resucitado nuevos convertidos, algunos tan significativos como Pablo y Bernabé. Muy pronto, conforme se dilataban las fronteras de la Iglesia, se fueron instituyendo presbíteros y otros responsables en las nuevas iglesias, mediante la imposición de las manos de los que contaban con la autoridad apostólica.
La primera comunidad era consciente de que el Espíritu Santo hacía fecunda la Iglesia con nuevas conversiones y, además, la iba dotando de ministerios para que pudiera organizarse a medida que crecía y su actividad se hacía más compleja y expansiva. De este modo se desbordó y creció el grupo inicial de los doce apóstoles y de los discípulos directos de Cristo. Este dinamismo de incorporar al servicio de la comunidad a hombres y mujeres creyentes, que la animen y sostengan en el día a día de su actividad misionera, concuerda con la naturaleza de la Iglesia, que es Pueblo de Dios, constituido por miembros vivos de Cristo, sacerdote, profeta y rey, cuya ley es la del amor activo y desinteresado, imitando y obedeciendo a Jesús, en quien hemos creído. Así lo expresa con toda claridad la segunda carta del apóstol san Pedro, que hoy se lee como segunda lectura (2 Pe 2, 4-9): “También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. … Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”.
El evangelio reitera el del viernes pasado (Jn 14, 1-12). Hoy tengo la oportunidad de detenerme en las dos preguntas que entonces le hicieron Tomás y Felipe. El apóstol, que luego quería comprobar que las manos y el costado del que se había aparecido eran realmente los del crucificado, le preguntó: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Y Felipe, el de Betsaida, que había estado con Jesús desde el primer momento, le espetó: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Estas intervenciones dieron pie a Jesús para ilustrar a sus discípulos e identificarse una vez más con el Padre. “Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”, respondió a Tomás. Y a Felipe le mostró su despiste: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. De modo que queda claro: quien quiera ver y encontrarse con el Dios invisible, tiene dónde mirar y un camino a seguir: Jesucristo. En él, Dios se ha hace tan cercano que hasta podemos palparlo. Que Él nos cuide y acompañe siempre. Felicitamos de nuevo a la Madre de Jesús, en quien vemos el rostro de Dios, deseándole que siga alegre porque su hijo ha resucitado:
Regina caeli, laetare, alleluia.
Quia quem meruisti portare, alleluia.
Resurrexit, sicut dixit, alleluia.
Ora pro nobis Deum, alleluia.
Gaude et laetare Virgo María, alleluia.
Quia surrexit Dominus vere, alleluia.
Deus, qui per resurrectionem Filii tui,
Domini nostri Iesu Christi, mundum laeti-
ficare dignatus es: praesta, quaesumus;
ut, per eius Genetricem Virginem Ma-
riam, perpetuae capiamus gaudia vitae.
Per eundem Christum Dominum nos-
trum. Amen.
Reina del cielo, alégrate, aleluya.
Porque a quien has llevado en tu vientre, aleluya.
Ha resucitado como dijo, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
Goza y alégrate Virgen María, aleluya.
Porque el Señor ha resucitado de verdad, aleluya.
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, Nuestro
Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría,
concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen
María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo
Nuestro Señor. Amén.
Pedro Escartín Celaya