En Notas de Prensa

Documento para descargar: 2020-05-12

Los judíos no dejaron de hostigar a Pablo y Bernabé durante su primer viaje misionero. Tal como hoy nos narra el libro de los Hechos (Hch 14, 19-28), unos judíos llegados de Antioquía y de Iconio se ganaron a la gente de Listra y lograron arrastrar a Pablo fuera de la ciudad y apedrearlo hasta dejarlo por muerto. No consiguieron que muriera; los discípulos le ayudaron, Pablo se repuso y al día siguiente salió con Bernabé hacia Derbe para continuar anunciando que Jesús es quien nos salva. Aquellos judíos nunca perdonaron que el perseguidor se hubiera convertido en cristiano; este cambio hubiera podido hacerles reflexionar, en cambio, enconó su agresividad y aprovecharon toda ocasión que les resultó propicia para eliminarlo; así funciona la ceguera espiritual, de la que hemos de pedir al Señor que nos libre. Sin embargo, el Espíritu Santo siguió abriendo a los gentiles la puerta de la fe, gracias al accidentado ministerio de estos dos predicadores. De este modo se cumplía lo que cuatro siglos más tarde formularía san Agustín con una frase magistral, que vale para todos los tiempos: “La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”. Tomemos buena nota de ella.

Por fin, Pablo y Bernabé dieron por terminado su primer viaje apostólico. Al regresar hacia Antioquía de Pisidia, de donde habían partido fueron animando a los discípulos, diciéndoles que “hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios” ?ellos bien lo habían experimentado? y designando presbíteros y responsables que sostuviesen la vida de cada comunidad.

Vemos, pues, que los presbíteros han sostenido la vitalidad de la estructura de la Iglesia desde el principio y siguen siendo, en la actualidad, la presencia más cercana de Cristo como cabeza de cada una de las comunidades. Antes de ayer, domingo 10 de mayo, la Iglesia celebraba la memoria litúrgica de san Juan de Ávila, pero por ser domingo, cuya solemnidad como “día del Señor” y “día de la resurrección” no debe ser oscurecida por ninguna otra conmemoración, no hice mención del patrono de  los sacerdotes españoles. Hoy, al contemplar a Pablo y Bernabé instituyendo presbíteros en las comunidades que fundaban, me ha parecido que es una buena ocasión para recordar a los sacerdotes, que en cada parroquia están acompañando a sus feligreses siempre y, con ingenio e imaginación, particularmente en este tiempo de la pandemia.

El cardenal Stella, Prefecto de la Congregación Vaticana para el Clero, ha dirigido una carta al Presidente de la Conferencia Episcopal Española en la que le dice: “He tenido noticia de que más de cincuenta sacerdotes españoles han perdido la vida a causa del coronavirus, algunos por las complicaciones de enfermedades precedentes; otros, porque, a pesar de poner los medios disponibles, han sido contagiados cuando estaban dedicados a la atención espiritual de enfermos y al servicio de personas necesitadas… Ellos nos anuncian que Dios no se deja ganar en generosidad”. Esta circunstancia nos anima a dar gracias a Dios por el ministerio y la santificación de nuestros sacerdotes, a pedirle que haga pasar al gozoso banquete de su Reino a los que han muerto, y a suplicarle una vez más, con palabras del papa san Juan XXIII, que siga prodigando entre nosotros el don de estas vocaciones:

Envía, Señor, obreros a tu mies
que espera en todo el mundo
a tus apóstoles y sacerdotes,
a los misioneros heroicos,
a las religiosas amables e incansables.
Enciende en el corazón de los jóvenes
y de las jóvenes la chispa de la vocación.
Haz que las familias cristianas
quieran distinguirse en dar a tu Iglesia
los cooperadores y cooperadoras del mañana.
Así sea.

Pedro Escartín Celaya

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