Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-05-17
Éste es el Domingo de la expansión misionera. La primera lectura (Hch 8, 5-8. 14-17) nos trae a la memoria cómo se derramó el Espíritu Santo sobre los samaritanos, que acogieron la predicación de Felipe. Hay un detalle que ahora conviene recordar: unos meses antes, cuando Jesús subía desde Galilea a Judea, donde consumaría su vida terrena con la muerte y la resurrección, pasó por un pueblo de samaritanos, que no quisieron acogerlo, porque se dirigía a Jerusalén, ya que “los samaritanos no nos tratamos con los judíos”. Ahora, en cambio, el gentío “escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque había oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo”. No sólo escucharon, sino que acogieron la Palabra y se hicieron bautizar. Los Apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron y bajaron a Samaria para confirmar la fe de aquella nueva comunidad, oraron por los fieles, les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
Es justo llamar a este domingo el de la expansión misionera, pues algo nuevo había ocurrido para que allí donde Jesús había sido rechazado, ahora fuera acogido el mensaje de su resurrección y se produjera una adhesión tan fervorosa. La predicación de Felipe fue acompañada de los signos prometidos por Jesús, en el momento de la ascensión (Mc 16, 15-18) y, sin duda alguna, esto algo tuvo que ver. Pero también es cierto que el Espíritu Santo movió sus corazones para que descubrieran la novedad de vida que ofrecía el Resucitado, el mismo que había sido crucificado en Jerusalén. El evangelio de este domingo (Jn 14, 15-21) testimonia, en forma de promesa, esa presencia vivificante y eficaz del Espíritu Santo. Fue en el contexto de la Cena de despedida cuando Jesús consoló a sus discípulos y disipó su sentimiento de orfandad con estas palabras: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”. Ahora apenas usamos, en nuestro lenguaje corriente, la palabra paráclito; pero su significado es muy sugerente. Con él Jesús aludió a la función que iba a realizar el Espíritu Santo. Paráclito significa ayudante, asistente, protector, abogado, animador iluminador… Aquél que Jesús les prometía iba a hacer todas esas tareas con ellos. Cuando Jesús estaba a punto de desaparecer, les anunció que, sin embargo, se quedaba con ellos por medio de su Espíritu, que es como el viento, que no se ve pero se siente, que no se puede asir pero refresca en las horas de bochorno, y fortalece para dar testimonio con valentía.
Dentro de quince días celebraremos la eclosión del Espíritu Santo sobre los primeros cristianos. Desde entonces, sigue derramándose de forma discreta y eficaz sobre la Iglesia. En su primera carta, el apóstol Pedro nos anima a estar “siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto” (1 P 3, 15-18). ¡Cuánto necesitamos el apoyo del Espíritu para llevar a cabo la tarea misionera a la que la fe en Jesús nos sigue convocando! La pandemia sigue
poniendo a prueba nuestro temple humano y la calidad de nuestro talante cristiano. El miedo, el cansancio, el desánimo, la negligencia, con todo su cortejo de actitudes negativas nos acechan, porque nunca hubiéramos podido imaginar la magnitud de la crisis que se nos venía encima. Es por ello indispensable que el Espíritu sostenga nuestro ánimo para “poder consolar a los que están en tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Co 1, 4). Es lo que hoy pedimos con la misma plegaria que hicimos el lunes pasado:
A nuestros corazones
la hora del Espíritu ha llegado,
la hora de los dones
y del apostolado:
lenguas de fuego y viento huracanado.
Oh Espíritu, desciende,
orando está la Iglesia que te espera;
visítanos y enciende,
como la vez primera,
los corazones en la misma hoguera.
La fuerza y el consuelo,
el río de la gracia y de la vida
derrama desde el cielo;
la tierra envejecida
renovará su faz reverdecida.
Gloria a Dios, uno y trino:
al Padre creador, al Hijo amado,
y Espíritu divino
que nos ha regalado;
alabanza y honor le sea dado. Amén.
Pedro Escartín Celaya