En General, Notas de Prensa

 Documento para descargar: 2020-05-18

El pasado sábado dejamos a Pablo y sus compañeros a las puertas de Europa, impulsados por el Espíritu Santo. La primera etapa de este viaje los llevó hasta la colonia romana de Filipos, que era la capital del distrito de Macedonia. Sin duda alguna, la visión del macedonio que suplicaba a Pablo: “¡Ven a ayudarnos!” les motivó a emprender inmediatamente la siembra del evangelio en aquella ciudad. La primera lectura de hoy, lunes de la sexta semana de Pascua, nos narra cómo fue aquella primera siembra evangélica en Filipos (Hch 16, 11-15).

Probablemente, uno de los compañeros de Pablo en este segundo viaje apostólico fue Lucas, el autor del libro de los Hechos; algunos detalles anecdóticos y entrañables del relato de este viaje parecen confirmarlo. Uno de ellos es el dato de que las primeras personas que escucharon el mensaje de Jesús en Europa fueron unas mujeres. Entre ellas, se menciona expresamente a Lidia, que era una conocida comerciante de púrpura. El sábado después de su llegada a Filipos, Pablo y sus compañeros fueron por la orilla del río a un lugar donde la gente se reunía para orar, y allí trabaron conversación con el grupo de mujeres, que había acudido. Entre ellas estaba la citada Lidia, que era natural de Tiatira y “adoraba al verdadero Dios”. Escuchó a Pablo y “el Señor le abrió el corazón”; se convirtió con toda su familia y obligó a Pablo y sus compañeros a hospedarse en su casa. Así, de un modo sencillo y con el apoyo de unas mujeres, el Espíritu puso, en Filipos, el germen de una floreciente comunidad cristiana, que luego sería la destinataria de una de las más hermosas cartas de Pablo durante su cautividad.

Pero, no fueron fáciles los aconteceres que siguieron a aquel comienzo tan prometedor. Pablo liberó de un ‘espíritu adivino’ a una muchacha esclava, “que pronunciando oráculos producía mucho dinero a sus amos”. Al quedar curada, se les terminó el negocio, y sus amos “prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron hasta el ágora, ante los magistrados”, con la hipócrita acusación de que los predicadores producían subversión y agitaciones. En la cárcel fueron maltratados física y moralmente, más de lo que el derecho permitía hacer con un ciudadano romano, y Pablo hizo valer sus derechos de ciudadano romano y obligó a los pretores a que les tratasen conforme a su condición. “Al salir de la cárcel se fuerona casa de Lidia, volvieron a ver a los hermanos, los animaron y se marcharon” (Conviene leer Hch 16, 16-24 y 35-40).

Estos comienzos de la evangelización de Europa, con la destacada colaboración de un grupo de mujeres, motiva alguna reflexión para en nosotros, los actuales cristianos europeos. Una es, sin duda, el hecho mismo de esta evangelización y el riesgo, denunciado por los últimos Papas, de que Europa abandone sus raíces cristianas, que le llevaría a perder el fundamento de los valores más preciados de la democracia occidental. Y otra, el  protagonismo de las mujeres, que entonces como en otros muchos momentos, estaban mejor dispuestas a acoger el evangelio.

El papa Juan Pablo II, en 1982, lanzó desde Santiago de Compostela el siguiente grito dramático a Europa: «Yo, sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del Cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: ¡Vuelve a encontrarte, sé tú misma, descubre tus orígenes, aviva tus raíces…!» En este mes de mayo, pidamos una vez más por intercesión de Santa María que no perdamos nuestras raíces cristianas, particularmente, en este tiempo de crisis provocada por la pandemia del coronavirus:

Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades;
antes bien, líbranos siempre de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita.
¡Salud de los enfermos,
ruega por nosotros!

Pedro Escartín Celaya

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