En Notas de Prensa

Documento para descargar: 2020-05-22

Estas reflexiones se han centrado, en los últimos días, sobre la actividad misionera de Pablo y sobre la expansión del Evangelio, mediante la instauración de diversas  comunidades en la primera Iglesia. Pero han dejado en penumbra los fragmentos del evangelio según san Juan, que se han leído también en la Eucaristía de esta semana. Dichos fragmentos pertenecen al discurso o larga conversación que Jesús mantuvo con los suyos en la Cena de despedida, empapada de un evidente tono de despedida. Vamos a recoger hoy uno de esos fragmentos, que se proclamó el pasado miércoles (Jn 16, 12-15).

En diversos momentos de esta conversación, Jesús les anunció hasta cinco veces que derramaría sobre ellos el Espíritu Santo. En el primer anuncio, le dio el nombre de paráclito con un amplísimo significado de “ayudante, asistente, sustentador, protector, abogado, procurador, animador e iluminador” en el proceso interno de la fe de sus discípulos; por todo ello, su función sería insustituible para la vida del creyente. Después lo presentó como el “maestro” que enseñará y recordará a la Iglesia, cuando Jesús ya no esté visible, todo lo que le había dicho. Además, hará la función del “testigo”, que afianzará la fe de los discípulos y los mantendrá firmes en los momentos de persecución y dificultad. También ejercerá de “juez”, que convencerá o demostrará al mundo que estaba equivocado respecto de Jesús, por no haber creído en él, porque Jesús vuelve al seno del Padre, de donde vino a este mundo, y porque el Príncipe de este mundo ya está condenado. Finalmente, el Paráclito va a ser “Espíritu de la Verdad”, que guiará a los discípulos “hasta la verdad plena”, tal como hoy hemos escuchado.

No es que el Paráclito vaya a revelar cosas nuevas sobre Dios y su Hijo Jesucristo. Su aportación no será cuantitativa, sino cualitativa: bajo el impulso de su presencia e iluminación, quedará desvelado el misterio de Jesús a lo largo de la vida e historia de la Iglesia: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por  venir”. La Iglesia ha de ir re-descubriendo progresivamente, en cada tiempo de la historia humana, esa presencia vivificadora de Jesús; es tarea del Espíritu guiarla, paso a paso, hasta la verdad completa, que, dada nuestra limitación, sólo comprendemos fragmentaria y progresivamente. No hará, pues, la función de un adivino del futuro, sino la del pedagogo que ayuda a encajar los acontecimientos del momento dentro del diseño que el Padre ha trazado con vistas a la consumación final ?“escatológica”, se dice en lenguaje teológico? de la historia humana.

En verdad, la promesa del Paráclito resulta deslumbrante y necesaria, pues ¿quién sería capaz de encajar todas las piezas del puzle de la historia de la humanidad en un cuadro coherente y esperanzador? Ahora mismo, ¿quién es capaz de predecir a dónde puede llevarnos esta pandemia del coronavirus y de descubrir a qué nuevo modelo de relaciones personales y sociales podría conducirnos? Y, sin embargo, el Espíritu Santo marca pautas a nuestro espíritu, si nos abrimos a su impulso. Dispongámonos, con esta oración, a acoger el don del Paráclito, que Jesús prometió y sigue derramando sobre los que creen:

El mundo brilla de alegría.
Se renueva la faz de la tierra.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Ésta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.
Ésta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia

en medio de las plazas
y levanta testigos en el pueblo,
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.
Llama profunda,
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza,
hasta que el Señor vuelva.

Pedro Escartín Celaya

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