¡Quién iba a sospechar que, en este mundo tan tecnócrata como autosuficiente, pudiéramos vivir una situación tan dantesca! Con todo, creo humildemente que la «peste» más letal en nuestro siglo sigue siendo la amnesia. No es tiempo para justificarse, excusarse o culpabilizar a los demás, sino para preguntarse con sinceridad: ¿a qué jugabas hasta ahora?, ¿qué sentido tenía todo lo que hacías?, ¿quién te hubiera llorado o acompañado en tu último viaje si hubieras sido uno de los miles de fallecidos? La solidaridad vecinal, la cohesión social, la fraternidad, la comunión que ha aflorado entre las personas se ha convertido, una vez más, en el antídoto de «serie» que se activa automáticamente en nuestro corazón cuando emerge algún ser extraño que pretende desestabilizar su vida o su hábitat.
La «tozolada», como dirían en mi pueblo, ha sido «morrocotuda» Nos ha tocado morder el polvo y descubrir qué fácilmente se desbaratan nuestros cálculos y proyectos personales. También nos ha hecho más humildes y realistas, cómo ante lo esencial nos sentimos desvalidos y experimentamos la dependencia más absoluta de Dios. La sanación física o espiritual no está a nuestro alcance sino que viene siempre de fuera.
Nuestro pueblo ha afrontado en otros tiempos retos similares: guerras, desastres naturales, epidemias… De todos ha sabido levantarse, y ha salido incluso más fortalecido. A través de estas líneas quisiera, en primer lugar, expresar mi gratitud a cada uno de los hijos del Alto Aragón que durante este tiempo de pandemia, arriesgando incluso su vida, han estado trabajando POR y PARA nosotros Y al mismo tiempo, expresar mi condolencia a quienes han sufrido en carne propia los efectos devastadores de esta pandemia, a los enfermos, a los fallecidos, a los familiares de unos y de otros.
Tengo el presentimiento de que ni la entrega, ni la generosidad, ni el sufrimiento, ni la muerte que ha acarreado este virus va a quedar infecundo. Ojalá logremos despertarnos del sueño letal en que estamos sumidos y logremos «revertir» el orden de la creación, anticipando ya aquí el cielo prometido.
Con mi afecto y bendición.
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón