¿Qué nos está pasando? Si ahondamos en el perfil de las familias españolas, el Barómetro del CIS nos descubre que la mayoría considera que el cristianismo ha contribuido mucho o bastante al impulso del arte, la cultura o la protección a los más débiles, pero poco a la protección de la naturaleza, el impulso de la ciencia o de la democracia. Entristece leer que la mayoría considera que la religión es más una fuente de conflictos que de paz, que no otorga respuestas a las cuestiones importantes de la vida ni da importancia a los valores y enseñanzas religiosas.
Humildemente creo que lo que nos está pasando es que la antropología que subyace en el mundo postmoderno ya no es cristiana, es decir, no es la antropología que encarnó Jesús de Nazaret y quedó plasmada en el Evangelio. Si que remos recuperar el atractivo que la familia realmente tiene, tendremos que intentar revertir el orden de la creación, es decir, volver a poner a Dios en el centro y a la persona humana como el mejor activo y motor de cambio. La pregunta que muchos nos hacemos es cómo con los ingentes recursos de los que disponemos se produzca tanta injusticia y haya tantos empobrecidos, tanta soledad y tanto vacío interior. La explicación más plausible es que la supuesta sociedad del bienestar ha ido arrebatando al ser humano imperceptiblemente su dignidad como persona, como criatura, como hijo de Dios y lo ha convertido en mero instrumento del sistema de producción y consumo.
Esto está generando tres graves problemas al ser humano:
1) El trabajo, uno de los bienes básicos del ser humano, se organiza para conseguir la mayor rentabilidad económica posible. El resultado es la explotación, la injusticia, el incremento de empobrecidos. El trabajo y lo que produce se convierte en mercancía: negación de la dignidad humana y deformación de nuestra humanidad.
2) La vida social, otro bien básico del ser humano, se organiza de forma que resulte funcional al sistema de producción y consumo: se pone la vida del ser humano al ser – vicio de la producción y del consumo. Esto provoca graves dificultades para vivir humanamente y construirnos como personas: se somete y adapta la vida de personas y familias al sistema de producción y consumo. Y se produce una verdadera deformación política.
3) La cultura, otro de los bienes esenciales del ser humano, se ha deformado hasta el punto que nos dificulta descubrir y realizar nuestra humanidad. Para poder funcionar, el sistema de producción y consumo genera una manera “normal” y “natural” de entender al ser humano y “fabrica” personas adaptadas a su funcionamiento. Predomina una manera de sentir, pensar y actuar (una cultura) economicista: individualista y hedonista. Se produce una orientación del deseo de las personas hacia una determinada manera de entender la realización y la felicidad humana
Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón