En Cartas de nuestro Obispo

No hay nada más «genial» que tener un hijo o una hija adolescente! Aunque muchos lo vean como una verdadera guerra de guerrillas. Quizá porque en este tramo de la vida nunca se dan las condiciones perfectas para nada. Los adolescentes son «geniales», aunque no es fácil concretar qué temas, planteamientos y acciones pueden interesar de verdad a estos chavales en tre los 12 a los 16 años, y alguno que ya ha traspasado esa frontera. Sobre todo, cuando a estos alumnos de la etapa de secundaria obligatoria se les invita a tomarse a Dios en serio, cuando se desea contarles y compartirles qué asuntos son los más importantes para andar con buen pie el camino de su vida, y vida cristiana.

Mis palabras como pastor quieren nacer a partir de la realidad en la que estamos y de la realidad de la que ellos son. Así se lo explico cuando tengo la oportunidad de celebrar con ellos el recibimiento del don del Espíritu Santo el día de su Confirmación. En lugar de engañarles soñando unas condiciones ideales, les invito a buscar retos, oportunidades, compromisos, incluso riesgos, para que sean «geniales» allí donde están, junto a nosotros y entre nosotros.

Parto de la convicción de que, si a Dios les importan, también son importantes para nuestra Iglesia diocesana. Lo que pasa es que a veces son ateos de ese Dios aburrido que nosotros aún tenemos en la cabeza. Nuestra intervención evangelizadora debe ser eso, una invitación a que se tomen a Dios en serio, a ser coherentes con su vida, a descubrir el modo de hacerlo y a saber comunicarlo a los demás, entrelos de su edad y pandilla de amigos. Y si para eso hay que cambiar algunas cosas, os animo a no tener miedo en in tentarlo.

Un subrayado importante es la presencia, «entre los adolescentes». Nuestros chavales están presionados por multitud de huracanes que dinamitan su vida, también la cristiana. Todo influye, es cierto, por eso nuestra forma de ser y estar debe influirles: una familia con valores, profesores de religión con capacidades, catequistas con propuestas, sacerdotes dispuestos a dar respuestas creíbles a muchas dudas e interrogantes, grupos de adolescentes en las parroquias que sean y den esa mano amiga.

Además de estar, dedicarse. Echarles tiempo… Horas contantes y sonantes. Ellos logran hacer muchas cosas durante muchas horas, pero muy pocas les llenan, y otras tantas les aburren y matan. Al final, están solos. Y es muy difícil que un adolescente mejore solo. Mejor, juntos. Esto es, hacer un pacto: «el secreto de la dedicación». Familias, tutores, profesores, orientadores, animadores, monitores, curas, catequistas, etc. Para no salir corriendo, sino para lograr un trato frecuente con ellos. Hasta el punto de que hagan y sean lo que nosotros deseamos pensando que son ellos mismos lo que lo desean. «La santa virtud de la pillería», leí una vez. Es la mejor arma blanca.

Con mi afecto y bendición,

Ángel Pérez Pueyo,

Obispo de Barbastro-Monzón

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