Para ayudar a moldear esa genialidad adolescente, subrayo la importancia que tiene en esta etapa la formación. Somos, 24 horas al día, acompañantes formadores, alegres. Porque la alegría es el amor al bien, al propio y al otro, y la notan cuando nos escuchan. Así, construida esa alegría es cuando construimos puentes que conducen a la confianza, a la sinceridad. Nuestro itinerario diocesano de crecimiento en la fe ubica en estas edades la propuesta del sacramento de la Confirmación. No se trata de colarles consejos, contenidos. Sino de acompañarles para que descubran a Cristo con nuestra experiencia, nuestro testimonio y capacidades, con nuestra preparación continuada, con nuestra dedicación secreta, con nuestra «genial presencia». ¡Cuántos adolescentes buscan el fondo del alma de su acompañante para… también imitarlo!
A lo largo de estos años como Obispo, me he dado cuenta de cómo la fe de nuestros adolescentes también debe ser fe en los sacramentos y en los medios que hacen fuerte la vida cristiana. Nuevas experiencias, como las Noches Claras, permiten que su fe se vaya aproximando a la fe de la comunidad, de la Iglesia. Hay un nuevo reverdecer en la propuesta de la vida cristiana con un lenguaje adaptado a su edad y circunstancias. La celebración de la Misa. La adoración eucarística. La oración. La celebración del perdón. Las experiencias de compromiso y caridad. Los días de retiro y convivencia. La celebración de la Pascua. Las propuestas de actividades y evangelización en el tiempo de verano. El intercambio con otros muchachos de otras diócesis. La participación en convocatorias a nivel nacional (y mundial). Todos los medios y todas las experiencias, ordinarias y ocasionales, serán a su edad una «genial oportunidad» para que descubran a Dios y puedan perseverar en este camino.
Finalmente, hay una realidad muy patente: hemos dejado solos a muchos de estos adolescentes en su búsqueda de Dios, quizá porque ni medio llenaban nuestras comunidades o satisfacían nuestras expectativas. Se suma, igualmente, el número de familias rotas, afectividades agujereadas, fracaso escolar a espuertas, potentísimos medios de comunicación y tecnologías, sociedades deshumanizadas, egoísmos por doquier, estructuras de negocio, aires de superioridad, y también, en ocasiones, nuestras actitudes farisaicas y comportamientos imperdonables. Así pasa, que nos escandalizamos por tanto descreimiento a estas edades y saltamos a la yugular si es que estos mocosos pretenden arrinconarnos a Dios. Mi respuesta es: ponerse a trabajar, cambiarnos el traje por el mono de trabajo. Nuestra delegación de pastoral con adolescentes y jóvenes es un ejemplo de esta ilusión, de gente que vive lo que dice, de que seamos normales porque somos normales, de querer amar, ayudar, servir y mostrar a Dios para que cuando alguien con 12 a 16 años, más o menos, lo descubra, al conocerlo solo le generen ganas de estar más y más con Él. ¡Es posible!
Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón