En Cartas de nuestro Obispo

Las personas, cada vez más, se sienten sin Dios, deshabitadas, perdidas, desorientadas, solas, vacías interiormente. Sienten una gran necesidad de armonía, de equilibrio, de reconciliación, de autoestima, aprecio, cariño… ¡Será por ello que los hijos de esta Diócesis, en todo tiempo y lugar, aunque se confiesen poco practicantes, han logrado entender en profundidad el misterio de su amor redentor y dirigen su mirada confiada a María!

Efectivamente en María de Nazaret descubren a Dios. Han adivinado que el atajo más rápido y seguro es la Virgen. Saben que Dios no se ha desentendido de la vida de los hombres y de las mujeres de este mundo. Tampoco de su vida. Dios mismo ha bajado a pie de obra para decirnos: ¡te amo! ¡quiero que seas feliz! ¡te necesito y cuento contigo para hacer un mundo más solidario, más justo, más humano, más fraterno…!

En María de Nazaret, encontramos no sólo gracia y dádiva sino también el bálsamo para nuestras heridas pero, sobre todo, la señal que nos conduce hasta Jesús para redescubrirnos hijos de un mismo Padre y hermanos unos de otros y liberarnos de cualquier esclavitud, especialmente la del pecado. Los hombres y mujeres creyentes de esta tierra martirial y mariana son también un signo de esperanza para nuestro pueblo y una mediación privilegiada para ver las cosas con la mirada de Dios y experimentar su ternura.

¡Paradójicamente aquella dádiva al hermano se multiplica como don en vuestra vida y la llena de plenitud y sentido! ¡Qué distintos se perciben entonces el dolor de los enfermos, las dificultades de los pobres, las inquietudes de los jóvenes por su futuro, la soledad de los ancianos…!

No es extraño que entonces os pregunten como a mí cuando llegaba a mi pueblo: Y tú, hijo mío, ¿de quién eres?

Vuestro rostro os delatará. ¡Qué orgullosos os sentiréis al contestar: Yo, de María de Nazaret (del Pueyo, de la Alegría, del Romeral, de Guayente, de la Carrodilla…)

Y tú, ¿de quién eres?
De María de Nazaret.

María es ejemplo y modelo de mujer en todos los siglos, en el siglo primero y, ahora, en el siglo XXI. María es modelo de virtudes: de la mujer seducida por el misterio de Dios; de la mujer revestida de la caridad redentora; de la mujer que sabe leer los signos de los tiempos y está inserta y encarnada en su cultura; de la mujer que entrega la vida sin que nadie se la pida; de la mujer preparada con una identidad humana y religiosa clara; de la mujer que hace camino con los otros desde una profunda sencillez evangélica; de la mujer que se acerca, que se abaja, que busca, que se deja encontrar por la vida de Dios y de los demás…

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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