En Cartas de nuestro Obispo, General

La frase del evangelio de Lucas “Dijo entonces María: ‘He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra’” nos conduce a esta reflexión sobre la primera creyente y discípula, María de Nazaret, y sobre la vigencia del concepto de “sacrificio” en la sociedad actual.

Después del sacrificio de Cristo, el “sí” de María es, evidentemente, la imagen, el comienzo, la continuación y la cima de toda la perfección humana y cristiana. El «sí» de María comprende la orientación de toda su vida según Dios y ratifica por anticipado todas las opciones de Cristo, desde Belén hasta la cruz… Por eso advertía al inicio de esta reflexión que la cruz está contenida en la anunciación. En suma, quien se siente movido por este «sí» busca siempre lo que agrada a Dios en todo. En otras palabras, practica el discernimiento (cfr. Rm. 12, 1-2).

El discernimiento es muy distinto de ser puntilloso, propio de quien vive en el achatamiento legalista o con pretensiones de perfeccionamiento. Es un despliegue de amor que establece la distinción entre lo bueno y lo mejor, entre lo útil en sí y lo útil ahora, entre lo que en general puede marchar bien y lo que es preciso promover ahora. El discernimiento es fundamental en la acción apostólica, porque en ésta es preciso elegir lo mejor y no contentarse con hacer el bien, con decir una buena palabra, con ser una buena persona. Especialmente los jóvenes deben ser educados en el gusto por lo mejor y no sólo por lo bueno.

La opción fundamental hacia la perfecta realización de la familiaridad con el Padre se expresa concretamente en los votos religiosos. Las palabras de María: “Hágase en mí según tu palabra»
traducen la expresión griega “katà to rêma sou”. Es la misma expresión que utiliza Simeón: “ahora puedes dejar” (Lc 2, 29)… Simeón lo que expresa es que el Señor le ha hecho tocar la cima de la plenitud. Tu palabra me ha llenado y ahora me encuentro contigo para siempre, para mí ya no hay ni muerte ni vida, todo el pasado fue preparación para este momento.

La muerte es la plenitud de la vida, es «los dolores del parto» en los que está para manifestarse la vida plena y en los que nuestro «sí» alcanza, en consonancia con el «sí» de María en la cruz, el «sí» de Jesús al Padre: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46)

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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