En María también estaría presente el deseo de servicio, de ayudar a su anciana prima. Ella quiere dar ayuda y a la vez recibirla. María puede ofrecer ayuda porque comprende lo que ha acontecido en Isabel, sabe interpretarlo como un acontecimiento divino… Pero, a su vez, María también espera, necesita ser comprendida… De esta reciprocidad en la relación es de donde, a mi parecer, brotará el Magníficat…
María suscita, hace estallar la alegría de su prima… Se trata de un verdadero encuentro de dos almas. La reacción de Isabel queda recogida por el texto en tres acontecimientos simultáneos: la audición del saludo; el sobresalto del niño en el seno; la plenitud del Espíritu que la colma.
De tal relación surgen dos profecías. La presencia de Jesús en María, que pone en el saludo tanta verdad, belleza, capacidad de comunicación, permite a Juan reconocer a Jesús. Además, Isabel está colmada de espíritu profético que le hace comprender el significado del momento y la maternidad de la joven prima. Todo ello desborda una relación basada puramente en la sintonía psicológica; indudablemente es un misterio de profecía, pero que atraviesa los caminos de la relación humana.
Y el efecto del espíritu, que llena a Isabel, es la explosión de un gran grito de bendición de bienaventuranza: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre […] ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
- «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». Isabel sabe que María es madre, ha comprendido lo que antes no sabía y de lo cual María no había hablado con nadie.
- «Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?»: es una exclamación de humildad, es el reconocimiento de que la maternidad de María es sublime.
- «Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar salto de alegría en mi seno»: Isabel ve en el hecho biológico una conexión con su hijo Juan.
- Y ha intuido que cuanto ha acontecido en María está ligado a la fe, a un mensaje divino: «¡Dichosa tú que has creído!».
Es sorprendente la comprensión a la que ha llegado esta mujer sencilla, a partir del saludo de María.
Se nos presenta aquí la totalidad del misterio mariano: Maria y Jesús, María y Juan, María en su fe, María en su maternidad, María en su obediencia a la voz de Dios.
En el episodio de la Anunciación contemplamos el misterio de María vivido por ella; en el episodio de la Visitación contemplamos a otra mujer que lo reconoce y lo alaba.
De un saludo, de un encuentro, de una relación de bondad, de deferencia, de respeto, ha nacido un gran misterio.
Entonces María dijo: «Mi alma glorifica al Señor…» (vv. 46-56).
La parte más hermosa del relato, que ahora no podemos meditar en profundidad, es cuanto sucede en María… su secreto inefable pero humanamente pesado y aplastante.
También nosotros hemos tenido que cargar con pesos opresivos que no podíamos comunicar: problemas, sufrimientos sin límites que otros nos han confiado o nos han dejado entrever.
No debería resultarnos difícil, por tanto, comprender que María tenía un secreto muy hermoso y, sin embargo, pesado: su virginidad, la relación con José, las nuevas circunstancias de su vida, el misterio en que comenzaba a entrar y que habría de manifestarse plenamente con la cruz y la resurrección de su hijo. Y hete aquí que, de golpe, se siente comprendida, advierte que otra persona, sin necesidad de explicaciones, sabe de su secreto, se lo confirma, le asegura que ha hecho bien al fiarse, casi como si le dijera: «Ánimo, te he comprendido, no tengas miedo, estás en el camino correcto, yo misma voy a tener un hijo».
María estalla, a su vez, en canto y expresa todo lo que había guardado para sí porque nadie podía comprender su significado… El Magníficat es el punto culminante de esta relación que ha permitido que saliera a la luz lo que María guardaba en su corazón.
Con mi afecto y bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón