A medida que os voy conociendo y sirviendo me siento más conmovido y bendecido. Me emociona constatar las entrañas de este pueblo que supo emerger de sus propias cenizas cuando hace 80 años fue sembrada su tierra de mártires. La gracia de Dios y el testimonio de un puñado de sacerdotes, consagrados y fieles laicos, pusieron en evidencia que un nuevo comienzo era posible. Ni los escombros ni las cenizas pudieron extinguir la esperanza de un pueblo que supo poner a Dios como centro de su vida y a sus hijos como objeto de sus bendiciones. Y juntos volvieron a «sacralizar» sus templos y a reconstruir la casa común. Poco a poco fueron cerrándose las heridas y apagándose los reproches.
Sostenido por esta misma convicción, consciente de que el rescoldo de la fe sigue vivo, aunque aparentemente lo pueda ocultar sus cenizas, os invito a todos los hijos del Alto Aragón a impulsar un humanismo fresco y creativo inspirado en los valores que nos dejó Jesús de Nazaret; a redescubrir nuestra propia identidad, nuestra dignidad de hijos de un padre común que nos dejó como herencia una tierra hermosa y fértil; a buscar vías alternativas e innovadoras que nos ayuden a construir «puentes» y derribar «muros»… con el único deseo de impulsar entre todos el bien común.
Es el momento de seguir caminando, hacia delante, sin dejar a nadie atrás, pero sin detenernos, sin perder el paso ni el ritmo porque este es nuestro camino. Cuando nos encontremos con escollos, que ya os aseguro que los vamos a encontrar, los tendremos que superar juntos con generosidad, poniendo por delante la comunión y siendo conscientes de que todos pertenecemos a una única y gran familia: la de los hijos de Dios. ¡Qué afortunados somos! Lo que preocupa a mi hermano, me preocupa a mi; si le duele, a mi también. Si a mi hermano le falta y a mi me sobra, le doy, me doy. Y si hoy nos necesitan las voluntarias de Manos Unidas, todos hemos de ser Manos Unidas. Si mañana nos llama la Hospitalidad de Lourdes, seamos todos hospitalarios. Seamos Iglesia. Hoy más que nunca, los cristianos estamos llamados a hacernos presentes en una sociedad herida, doliente, que necesita un mensaje claro de esperanza y amor.
Mirad alrededor y escuchad tantas historias de soledad, de pérdida absoluta de referentes, de ausencia de valores, de falta de ternura, de dolor… En esta diócesis pequeña y humilde, cada uno de los bautizados somos responsables, individual y colectivamente, de que la alegría por ser hijos de tan buen Padre se extienda y prenda por igual hasta en el último rincón. Cada uno desde su vocación y desde su disponibilidad. Pero insisto: seamos generosos, valientes y coherentes con nuestra identidad. Este es mi gran deseo para este 2023 que está en marcha y en el que he pedido a nuestro Señor saber serviros como merecéis.
Con mi afecto y bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón