En Cartas de nuestro Obispo, General, Notas de Prensa

La “matriz cultural” de nuestra sociedad, lo queramos o no, es de productores y consumidores. Y esta cultura dominante constituye un proyecto de realización y felicidad, que nos desorienta y deshumaniza, caracterizada por:

  • El individualismo: esto es, buscar cada uno su propio interés, gusto y conveniencia produciéndose una competencia y disolución en las relaciones sociales.
  • El hedonismo-consumismo: pensar que la felicidad consiste en buscar en todo momento lo que te gusta. El consumo incesante de bienes y sensaciones es lo que nos
    realiza humanamente. Lo normal es ser consumidor: la libertad consiste en poder elegir, desechar, cambiar (¡busque, compare y, si encuentra algo mejor, cómprelo! (slogan publicitario que fue trending topic hace unos años).
  • El relativismo y el subjetivismo: no existen valores universales, cada uno tiene su propio criterio y se constituye en norma de moralidad. El imperio del propio gusto, interés o conveniencia es lo común y se considera como signo de libertad.
  • El secularismo: vivir en la práctica como si Dios y los otros no existieran

Los cristianos creemos que existen otras propuestas de realización personal, otra forma de sentir, de pensar y de actuar que te hacen realmente más libre, más auténtico,
más feliz y más fecundo. La “matriz cultural” de la antropología cristiana tiene estos rasgos fundamentales:

  • La comunión: aunque seamos singulares, no somos individuos aislados, sino personas sociales-comunitarias. Nuestra humanidad se realiza en la comunión interpersonal y social con los demás y con Dios. Buscar cada uno el interés de los demás es lo que realmente nos humaniza y plenifica.
  • El servicio: no somos personas creadas para competir, sino para colaborar por una existencia digna para todos. El camino de la felicidad no es por tanto el consumismo sino el poner la vida al servicio de los demás para que todos puedan vivir.
  • La dignidad humana y la libertad: los cristianos creemos que existen valores universales, una “VERDAD” sobre el ser humano. Nuestra libertad no consiste en poder elegir, desechar o cambiar tal o cual producto, sino en buscar juntos la verdad aunque seamos diferentes o pensemos distinto. Los otros son el criterio fundamental de la moralidad personal y social: especialmente los empobrecidos o los más desfavorecidos.
  • Hijos y hermanos: todos formamos una única y misma familia. Somos parte de un proyecto común que podemos construir juntos desde nuestra libertad. Reconocer esto es lo que más nos dignifica y humaniza.

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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