En Cartas de nuestro Obispo, General, Notas de Prensa

Uno de los aspectos más paradójicos y al mismo tiempo más sagrados de la Eucaristía es que la comunión más profunda con Jesús acaece en su ausencia. Cuando ellos comen, él se ha vuelto invisible. Cuando ellos entran en la más íntima comunión con Jesús, el desconocido, convertido ahora en amigo, ya no está con ellos. Precisamente cuando se les hace más presente, es cuando se hace ausente.

Pero cuando comen el pan que él les da y ellos le reconocen, comprenden en lo más hondo de su espíritu que ahora él habita en lo más profundo de su ser, que respira en ellos, que habla en ellos, que vive realmente en ellos. Cuando comen el pan que él les ofrece, sus vidas se transforman en la vida de Él . Ya no son ellos quienes viven, sino que es Jesús, el Cristo, quien vive en ellos. Y precisamente en ese sagrado momento de comunión, Él desaparece de su vista. Es la soledad de la fe, la soledad de saber que Él está más cerca de nosotros de lo que jamás conseguiremos estarlo nosotros mismos.

La comunión con Jesús significa hacerse igual a Él. Con Él estamos clavados en la cruz, con Él yacemos en el sepulcro, con Él resucitamos para acompañar a los caminantes perdidos en su viaje. La comunión, el convertirnos en Cristo, nos lleva a un nuevo ámbito de existencia. Nos introduce en el Reino, donde las viejas distinciones entre dicha y desdicha, entre éxito y fracaso, entre bienaventuranza y condenación, entre salud y enfermedad, entre vida y muerte… ya no tienen sentido.

La comunión crea comunidad. Cristo que vivía en ellos, les hizo estar juntos de una nueva manera. El Espíritu de Cristo resucitado, que había entrado en ellos al comer el pan y beber el cáliz, no sólo les hizo reconocer al propio Cristo, sino también reconocerse el uno al otro como miembros de una nueva comunidad de fe. La comunión nos hace mirarnos y hablarnos unos a otros, no acerca de las últimas noticias, sino acerca de Él, que caminó junto a nosotros. Nos descubrimos unos a otros como personas que se pertenecen mutuamente, porque cada uno de nosotros le pertenece a Él.

Todos los que hemos comido del mismo pan y bebido de la misma copa nos hemos convertido en un solo cuerpo. La comunión crea comunidad, porque el Dios que vive en nosotros nos hace reconocer a Dios en nuestros semejantes. Nosotros no podemos ver a Dios en el otro; sólo Dios en nosotros puede ver a Dios en el otro.

Este nuevo cuerpo es un cuerpo espiritual, formado por el Espíritu de amor, y se manifiesta de maneras muy concretas: en el perdón, en la reconciliación, en el apoyo mutuo, en la ayuda a las personas necesitadas, en la solidaridad con los que sufren y en una preocupación creciente por la justicia y la paz. Así pues, no sólo es que la comunión cree comunidad, sino que la comunidad siempre lleva a la misión.

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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