La quinta mediación para ver al Señor resucitado es la comunidad apostólica reunida en Jerusalén. Es la Iglesia naciente, donde se acoge el testimonio pascual (“realmente el Señor ha resucitado y se ha hecho ver a Pedro”, v.34) y se verifica la experiencia hecha por los discípulos camino de Emaús (vv.33-35).
La comunidad de los hermanos es el lugar significativo donde se hace especialmente visible la experiencia de la presencia viva de Cristo entre los hombres. Ellos continúan en cierto modo la dinámica de la encarnación redentora de Dios en la historia.
Todo había cambiado. Las pérdidas ya no son experimentadas como algo que debilite; la casa ya no es un lugar vacío… Los dos caminantes que iniciaron su viaje con los rostros abatidos por la tristeza, se miran ahora con ojos llenos de nueva luz. El extraño que acabó convirtiéndose en amigo, les ha entregado su ESPÍRITU, el espíritu divino de la alegría, la paz, el valor, la esperanza y el amor. Ya no había duda: ¡Él estaba vivo! pero no como antes sino como un nuevo aliento dentro de ellos mismos.
Cleofás y su amigo se habían trasformado en personas nuevas. Se les había dado un nuevo corazón y un nuevo espíritu. Ahora tenían una nueva misión, algo que compartir en común, algo importante, algo urgente, algo que no puede permanecer oculto, algo que debe ser proclamado.
Los demás necesitan saber qué es lo que les ha ocurrido. Necesitan saber que no ha terminado todo. Necesitan saber que Él está vivo y que los dos le han reconocido cuando partió el pan.
Emprenden el camino de regreso para reunirse con los amigos que habían dejado en Jerusalén. ¡Qué diferencia entre el modo en que iban a Emaús del modo en que regresan ahora a Jerusalén…! Es la diferencia entre la duda y la fe, entre la desesperación y la esperanza, entre el miedo y el amor. Es la diferencia entre dos seres humanos desalentados que poco menos se arrastraban por el camino y dos amigos que caminan a toda prisa entusiasmados por la noticia que tienen que dar a sus amigos.
Volver a la ciudad resultaba peligroso… Pero una vez que se ha reconocido al Señor, el miedo se esfuma y ellos se sienten libres para dar testimonio de la resurrección sin reparar en lo que pueda sucederles. Es posible que tengan que dar testimonio no sólo con sus palabras sino también con su propia sangre. Pero ya no tienen miedo ni siquiera al martirio.
Con mi afecto y bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón