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No me cansaré de insistir en que la familia, sobre todo en el contexto actual, es el valor más seguro. Pero a la familia hay que cuidarla y no de cualquier modo. Conscientes de la situación social, cultural y religiosa que vive nuestro pueblo, y secundando la llamada urgente que nos ha hecho el Papa Francisco, sentimos la necesidad de salir de las inercias (“siempre se ha hecho así”) o de los espacios de confort, queremos impulsar una renovación pastoral, personal y comunitaria de nuestra Diócesis desde una opción misionera que lo transforme todo –costumbres, estilos, horarios, lenguaje, estructura eclesial– y se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual. Un mundo actual que nos presenta nuevos desafíos que no podemos ignorar.

El pasado 30 de septiembre, como integrante de la subcomisión Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida, participé en Madrid en el primer encuentro de agentes de pastoral de las personas mayores. Se dieron cita representantes de Pastoral de la Salud y Pastoral Familiar, vida consagrada (CONFER), Cáritas, residencias de mayores (Lares), movimiento de Vida Ascendente… Todos coincidimos en la necesidad de interactuar, de trabajar en red, con el deseo de poder coordinar todas las acciones y formar equipo de voluntarios cualificados y corrresponsables con esta pastoral que el papa Francisco ha visibilizado y Conferencia Episcopal ha convertido en las orientaciones del documento “La ancianidad, riqueza de frutos y bendiciones”.

Considero un acierto haber promovido esta jornada de trabajo, que tanto nos enriquece al permitir el intercambio de experiencias ante un reto común. En nuestro caso, una diócesis envejecida y rural, les compartí, como novedoso para todos, el trabajo que nuestros animadores de la Comunidad están realizando, visitando esos municipios más envejecidos y despoblados, sin olvidarse de ninguno, y ofreciéndoles el Pan de la palabra, de la eucaristía y de la ternura de Dios. Así mismo, les felicité por enmarcar este encuentro dentro del ámbito de la familia.

Porque los mayores, los abuelos, forman parte de la familia y esta debe ser, también para ellos, un valor seguro. Les ofrece su vocación y misión específica: ser, en esta jungla en la que hemos convertido el mundo, ternura de Dios que humaniza y dignifica a cada persona; ternura de Dios que transforma el entorno en un lugar más habitable. Las personas mayores han de descubrirse como protagonistas de nuestra realidad y saber que su gran aportación ya no son las cosas que hacen -por más que sigan haciendo- sino por lo que son. Si, como dice Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, al mundo lo salvará la ternura, tenemos suerte de contar con unos auténticos catedráticos de la ternura: nuestros abuelos.

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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