Querido hermano: reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios”. Tim 1, 6-8.13-14.
A medida que van pasando los años de mi ordenación sacerdotal, y ya van a ser 44, resuena con más fuerza aquella oración que D. Antonio Vilaplana Molina, Obispo de Plasencia, dijo al ungirme las manos:
«Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios en sacrificio».
¡O la oración que recitó al entregarme la patena y el cáliz con el pan y el vino:
“Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.
Baste como botón de muestra el testimonio que me impresionó al leer el libro Motivos para creer. Introducción a la fe de los cristianos, de Ed. Sígueme. Su autor manifestaba haberse quedado sorprendido ante el éxito que estaba teniendo en EE.UU. el libro de Tony Hendra —guionista descreído y satírico de la tv británica— que paradójicamente llevaba por título: El Padre Joe, el hombre que salvó mi alma. En él narraba su gran amistad con este sacerdote católico. Durante décadas, comentaba el autor, el Padre Joe se mantuvo como un punto de referencia estable y seguro en mi vida. Accesible, compasivo en momentos de crisis, de éxitos, de fracasos… Nunca intentó hacer méritos, ni ganar una discusión, siempre supo ser él mismo. Con paciencia fue desmontando, destruyendo mis falsas ilusiones y ambiciones. Este hombre viejo fue la mediación perfecta para encontrarme con “Dios”. El mejor regalo que jamás hubiera podido recibir. Y eso que yo no creía… pero ese hombre sirvió de conexión entre Dios y yo. Sospecho que muchos hombres y mujeres de hoy atraviesan por situaciones similares a la mía.
Podemos sentir la incertidumbre, ser incapaces de ofrecer una explicación intelectualmente satisfactoria de lo que creemos pero… en alguna parte de nuestro horizonte hay personas que Dios ha puesto en el mundo para que establezcan esta conexión paradójica y misteriosa. No importa que sean tan frágiles y vulnerables como nosotros. Lo importante es que descubrimos a alguien que vive en el mundo que a nosotros también nos gustaría habitar…
Mientras haya personas, que de forma eficaz y valiente, se responsabilicen de Dios, las puertas permanecerán abiertas y existirá la posibilidad de que otros muchos podamos decir algún día: CREO, he encontrado mi hogar en Dios.
Con mi afecto y bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón