Comenzamos la Cuaresma, un tiempo de vida interior, de oración, espacio para la transformación y para prepararnos a vivir la Pascua. Días de reflexión en los que vuelvo una y otra vez a plantear si habrá algo más hermoso, más transformador o más humanizador que ser caricia, bálsamo, ternura de Dios para el mundo. La antropología que subyace en el corazón del mundo postmoderno, de la tan cacareada sociedad del bienestar -que tanto fascina a algunos-, no nos ha hecho más libres, ni más fecundos, ni más auténticos ni más felices como nos prometieron. Ante esta realidad me pregunto:
¿Qué nos está pasando?
1. ¿Por qué con los ingentes recursos que disponemos hay tanta injusticia y tantos empobrecidos en nuestra sociedad? ¿Por qué resulta tan difícil la afirmación práctica de la dignidad del ser humano?
2. La economía, que realmente debiera ser un mero instrumento al servicio de la persona humana, se ha convertido en fin en sí mismo, en criterio fundamental desde el que se organiza toda la vida social.
3. El sistema económico, el sistema de producción y consumo, se ha convertido en sistema social y cultural. Esto genera algunos problemas importantes en el ser humano. En primer lugar, en lo referido al trabajo, uno de los bienes básicos de todo ser humano. Hoy se organiza para conseguir la mayor rentabilidad económica posible. El resultado es la explotación, la injusticia, el incremento de empobrecidos. El trabajo y lo que él produce se convierte muchas veces en mercancía: negación de la dignidad humana y deformación de nuestra humanidad.
La vida social constituye otro de los bienes básicos de todo ser humano. También hoy se organiza de forma que resulte funcional al sistema de producción y consume poniendo la vida del ser humano al servicio de la producción y el consumo. Esto provoca graves dificultades para vivir humanamente y construirnos como personas: se somete y adapta la vida de personas y familias al sistema de producción y consumo. Esta es la deformación política a la que hemos llegado. Sin ir más lejos, hace quince días despidieron a una persona amiga por anteponer el bienestar familiar al laboral (le obligaban a tener que viajar tres veces por semana a otro país).
También la cultura es otro de los bienes esenciales de todo ser humano. Se ha deformado hasta tal punto que nos imposibilita descubrir nuestra identidad y realizarnos como personas. Para poder funcionar, el sistema de producción y consumo genera una manera “normal” y “natural” de entender al ser humano y “fabrica” personas adaptadas al sistema, a su funcionamiento. Predomina una manera de sentir, pensar y actuar (una cultura) economicista: individualista y hedonista que orienta el deseo de las personas hacia una determinada manera de entender la realización y la felicidad humana.
Con mi afecto y bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón