En Cartas de nuestro Obispo

No hay nada más fascinante y atractivo que ser transparente. Ser transparente nos interpela interiormente y nos moviliza externamente. Es la característica que más exigen los adolescentes y jóvenes a quienes ocupamos alguna responsabilidad, tanto en la sociedad civil como en la Iglesia. Quisiera, en el relato de hoy, traducir este concepto de transparencia fijándome en algunos elementos, «o genes», que nacen de la originalidad inimitable de los niños, adolescentes y jóvenes de. Digamos que son como tres minúsculos elementos de su ADN que, no sólo los hace originales, sino que verdaderamente los enriquecen: ingenuos, geniales y genuinos.

Ingenuos. Es decir, inocentes, cándidos, inexpertos… pero con sueños. Nuestra pastoral comienza en este estadio de ingenuidad, de naturalidad, de simpleza, pero llena de idealismo. Nuestros niños, adolescentes y jóvenes creen realmente en sus sueños. Por esto mismo, la primera de todas las ingenuidades es tener bien fundamentada una pastoral de infancia. No únicamente cursos teóricos para recibir el don precioso de Jesús Eucaristía en la celebración de las primeras comuniones. ¡Eso lo hace casi todo el mundo! Lo nuestro es amasar una realidad hermosa y atractiva.

Un día, un niño de ocho años de edad le hizo esta pregunta al Papa: «¿qué estaba haciendo Dios antes de crear el mundo?». Francisco se paró por un momento, pensó y, entonces, respondió: «antes de crear cualquier cosa, Dios estaba amando. Eso es lo que estaba haciendo: él estaba amando. Dios siempre está amando. Y luego, creó el mundo. No hizo otra cosa sino amar». ¡Ahí está la respuesta concreta! Antes que hacer, hacer y hacer, o crear, y crear y crear… debemos amar, amar y amar. Eso es lo ingenuo de la pastoral de infancia: pasar el mayor tiempo posible con los niños para que, juntos, vayamos descubriendo, cada vez más, el amor de Dios. Las familias con los hijos, los catequistas con sus catequizandos, los maestros con sus alumnos.

Así, al haber familias que caminan en la vida de la Iglesia nunca desaparecerán las risas de los niños en el itinerario de fe. No se trata de ir conquistando cursos, sumando años y superando pruebas para obtener el premio de la primera comunión de los chavales que después colocaremos en la estantería de los trofeos junto a los regalos que recibieron ese día. La pastoral de infancia prevé espacios y tiempos para atender cuidadosamente las edades que comprenden el último ciclo de primaria. Esto es, ayudarles a que comiencen a integrar la vida y la fe. Y nosotros, los adultos que los acompañamos, a crear una red de acompañantes que comienza con los propios padres y que, poco a poco, incluye a profesores de religión, tutores, monitores, catequistas, sacerdotes, incluso yo mismo.

Con mi afecto y bendición,

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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