En Cartas de nuestro Obispo, Notas de Prensa, Obispo de Barbastro-Monzón

Tanto «comunidad de autorealización» como la «comunidad en misión» o «comunidad en inserción» de las que os hablaba la semana pasada, han dejado insatisfechos a los consagrados.

La vida religiosa apostólica, a pesar del enorme esfuerzo de renovación, de las profundas reformas que ha realizado, de la santidad, entrega y martirio de tantos de sus miembros, especialmente en las comunidades de inserción que han llevado la opción por los pobres y su lucha por la justicia hasta extremos de extraordinario heroísmo, pierde visibilidad social y capacidad de atracción. No consigue «ofrecer» a la Iglesia y a la sociedad su sentido más profundo… El modelo aún vigente es incapaz de visibilizar la síntesis vital entre la experiencia de Dios y la opción apostólica, entre la «mística» y la «misión». No logra captar el «novum» que se vislumbra en la búsqueda de una vida evangélica real.

La raíz fundamental de esta falta de atracción e ineficacia evangelizadora es la concepción que la vida religiosa apostólica tiene de «empresa». Sobre todo la dedicada a la enseñanza, a la sanidad y a la asistencia social, concreta su «servicio de la caridad» en grandes obras: colegios, hospitales, escuelas, universidades, residencias, asilos… Poco a poco se convierte en un conjunto de «cuerpos especializados».

El funcionamiento de las obras, su rendimiento apostólico y a veces también el económico, su financiación, se anteponen a las personas. Apenas se encuentran espacios para lo genuino, lo original, para la oración, para la vida comunitaria…

El taller prevalece sobre el hogar. Esto ha llevado a la vida religiosa a una crisis de identidad, a las personas a una amplia insatisfacción, porque sienten un profundo dualismo entre su condición de «religiosos» y la de «trabajadores», entre la dimensión contemplativa de su existencia y la actividad frenética a la que el mantenimiento y funcionamiento de las obras los somete, entre la gratuidad de su existencia y su servicio apostólico, asumido y proclamado como ideal, y la preocupación permanente por el «rendimiento» que las necesidades materiales y económicas exigen. Todo lo cual crea un tipo de persona estresada, angustiada…

También ha provocado una desvalorización de ciertos compromisos no exigidos por el trabajo, como los votos; una consideración de dichos compromisos como un «despilfarro existencial», con la consiguiente pérdida de atractivo y fuerza convocadora y aun evangelizadora.

Se ha llegado a confundir el carisma de la Congregación con los medios puestos en marcha para prestar un servicio en un determinado momento de la historia o en un lugar concreto. Este modelo de vida religiosa, allí donde permanece, se ha quedado viejo, anticuado, no sirve ya por sí mismo para la santificación de la persona, no testimonia hoy el Reino, no evangeliza. Está llamado, por imperativo de la historia y por necesidad evangélica, a desaparecer.

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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