Jn (20,1-9)
Estamos celebrando la fiesta grande de nuestra fe, el día en que Jesús pasó de la muerte a la vida y consiguió para todos sus seguidores el triunfo definitivo sobre la muerte. Hoy compartimos la alegría de María Magdalena y los apóstoles; y también compartimos la responsabilidad de ser testigos del resucitado, en medio del mundo. María Magdalena fue al sepulcro muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, dándonos a entender que para comprender la resurrección primero hay que reconocer nuestra penumbra y luego mirar al sepulcro y a la cruz. Si nos fijamos detenidamente en el evangelio, llegamos a la conclusión de que Jesús soportó una oscura incomprensión: tanto por sus apóstoles, que solo pensaban en los primeros puestos, como por la gente,
que acudía en multitud para disfrutar de sus milagros.
Posiblemente, la intención del evangelista San Juan, al escribir que María Magdalena fue sola al sepulcro, fuera hacernos ver que ella fue la primera de los discípulos en comprender la necesidad de pasar por la muerte para llegar a la vida. La primera en comprender que sin Jesús, es imposible vivir. Ella es la primera testigo de la resurrección. De ella aprendimos que Jesús es el sentido de nuestra vida, que lo necesitamos en todo momento, tanto en las buenas como en las malas, en la vida como en la muerte, que Él es nuestra vida.
En esta Pascua que estamos celebrando, tan distinta a la de otros años debido a la devastadora pandemia, es importante que nos dejemos iluminar por el triunfo de Jesús sobre la muerte y aprendamos a ver la vida con el verdadero sentido que tiene. Así como Jesús tuvo que pasar por la cruz para llegar a la resurrección; es sugerente pensar que nuestra generación necesitara pasar por este momento de muerte y desolación, para volver a comprender nuestra fragilidad y para reconocer nuestra irresponsabilidad. Es muy posible que estuviéramos necesitando esta cruz, para comprender que no somos dueños de nada, que no somos los propietarios del planeta, ni de los recursos naturales, ni siquiera de nuestra propia vida. Quizá el peso de la cruz de la pandemia, nos está diciendo que lo más importante no es la riqueza, que las cosas materiales no son nuestra seguridad, que estábamos totalmente equivocados cuando nos dio por pensar que éramos los amos y señores del universo, olvidando que somos tan importantes como la hierba, que por la mañana está verde y al resol de mediodía se seca.
Inspirados en la actitud de María Magdalena, tratemos de sacar vida del sepulcro, tratemos de sacar vida de esta pandemia; sobre todo, vida de tantos hermanos nuestros que la han perdido, de tantos que la han entregado generosamente por salvar a los demás. Con la resurrección de Jesús empezó la vida nueva, para todos. De la misma manera, esta situación por la que estamos pasando todos los habitantes de la casa común, nos debe servir para empezar una vida nueva, en la que le devolvamos el puesto a Dios en primer lugar, a nuestros hermanos, a nuestra propia familia y muy especialmente a la naturaleza, que está empeñada en cobrarnos la destrucción a la que la hemos venido sometiendo.
Rafael Duarte Ortiz