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Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,1-8):
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Palabra del Señor
La liturgia de este domingo vigésimo noveno, nos pone a pensar en la oración, especialmente en el tiempo que cada uno de nosotros deberíamos dedicar a hablar de amor, con quien sabemos que nos ama.
Sabemos que Jesús nació en un ambiente de intensa oración, los judíos de su época, y aún los de este momento, no pasan ni un solo día de la vida sin parar todas sus actividades y dedicarse a orar. La biblia nos cuenta que sus padres vivían conectados espiritualmente con Dios: A José, el ángel del Señor le hablaba en sueños y él le obedecía, de María tenemos el canto del Magníficat, que sigue siendo la oración de alabanza más completa y más actual que existe.
Para Jesús la oración era tan importante, como su alimento diario, la hacía muchas veces, especialmente por las noches, sobre todo cuando quedaba solo, aunque también lo hacía en presencia de sus discípulos. A ellos les impactaba tanto que llegaron a pedirle que les enseñara a orar y así lo hizo, dejándonos el maravilloso regalo del padrenuestro. En el huerto de los olivos y en la cruz su oración alcanzó un máximo grado de intensidad y a pesar de morir de dolor, siempre pidió que se hiciera la voluntad de Dios.
El ejemplo de nuestro maestro, nos invita a revisar nuestra vida y a preguntarnos, si nosotros, los cristianos de este momento: ¿oramos? Y si lo hacemos, ¿le dedicamos el tiempo suficiente? y sobre todo a responder sí, ¿le hemos encontrado pleno sentido y pleno gusto a la oración? Si somos sinceros, estos cuestionamientos nos dejan en silencio, pues al vivir en medio de un mundo que ya no necesita de Dios, la oración no tiene sentido y esta manera de pensar también está afectando a los que aún practicamos.
Hay gente que ve la oración como una obligación, y esto es grave error, porque deja de ser un placer, para convertirse en una carga insoportable, y además genera un sentimiento de culpa, puesto que se piensa que por no rezar, vienen las desgracias. Esta manera absurda de entender la oración, hace mucho daño, porque genera sufrimiento en el ser humano y se encarga de promocionar una concepción equivocada de Dios. (Juez injusto)
La oración de los cristianos, empieza por reconocer a Dios como Padre, un Padre que quiere hablar con cada uno de sus hijos, para expresarles su amor; un Padre absolutamente comprensivo, que quiere por igual a todos sus hijos, sin importar que tanto rezan o de qué manera se comportan; un Padre que si en algún momento tiene amor preferencial, es por los más pobres y por todos los excluidos.
La oración que nos recomienda Jesús, ni siquiera consiste en pedir y pedir, puesto que Dios ya de antemano sabe nuestras necesidades. Nuestra oración muchas veces debería ser silenciosa, que solo fluya el amor hacia nuestro Padre y el de Él hacia nosotros; muchas veces también debería ser de alabanza, vale más agradecer que pedir; si las circunstancias lo requieren también puede ser de lágrimas o de canto; lo más importante es que sea constante, que haga parte de nuestra vida, que tengamos muchas ganas de hablar de amor con nuestro gran Amor que es Dios y que nunca se cansa de manifestarnos su amor paternal.
Rafael Duarte Ortiz