En un abrir y cerrar de ojos hemos dado un salto en el tiempo pasando de la infancia de Jesús a la edad adulta. En su bautismo se vislumbra la plenitud de la epifanía a través de la voz del cielo que reconoce su filiación divina.
Hoy se culminan las fiestas de Navidad. Sin tiempo para reaccionar nos encontramos con un Jesús adulto. Ya no es el niño al que adoraron los pastores y los reyes. En el horizonte ha desaparecido la estrella; y los cánticos de los ángeles han sido sustituidos por una palabra que viene del cielo y define su identidad: «Éste es mi Hijo amado en quien me complazco».
Este salto no sólo es temporal sino cualitativo. Por el bautismo nos sabemos los «amados de Dios». Urgidos a la madurez, a la responsabilidad y al compromiso social. Jesús, el Hijo de Dios, no ha nacido para quedarse en el «pesebre» ni para dejar permanentemente colgada la «estrella» en el cielo sino para revelarnos a Dios como PADRE nuestro; para traernos su ternura, su misericordia y su amor, que es infinito; y para comenzar una gran obra: la de nuestra salvación, que culminará con su pasión, muerte y resurrección.
En un «pesebre» vino Jesús a este mundo por amor a los hombres y, en una cruz, dará su vida por amor a todos. Hoy comienza su vida pública. Ha dejado de ser niño y sale al encuentro de las personas para iluminarnos con su Palabra, para fortalecernos con la fuerza que viene de lo alto y para curar nuestras heridas.
A partir de este momento, a nosotros nos toca encarnarlo en nuestra vida, irlo conociendo; seguir sus pasos; imitarlo; llenarnos de su fuerza; alimentarnos con el pan de su palabra y con el pan de la eucaristía; y experimentar cómo Dios entra en nuestros corazones. A partir de ahora Jesús necesita heraldos de su Buena Nueva. Necesita cooperadores de su causa. Apóstoles de calle. Su bautismo es el anticipo del nuestro, que nos inserta en el misterio de su muerte y de su resurrección; que nos hace hijos de Dios y miembros activos en su Iglesia. Su bautismo nos compromete a conocerlo cada vez más, a ser sus testigos adoptando su estilo de vida. Con su bautismo, todos estamos llamados a dar la cara, aunque nos persigan o menosprecien; a ser testigos del rostro de Dios aunque nos ignoren o rechacen.
Con mi afecto y mi bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón