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Permitidme que, siguiendo al gran maestro de vida interior Henry Nowen, os sitúe en la pregunta básica que todos nos hacemos a lo largo de nuestra vida, especialmente los cristianos laicos: ¿Quién soy?, ¿cuál es mi lugar? Tal vez este cuento talmúdico os pueda ayudar a descubrir tu verdadera identidad y el auténtico valor de todos y cada uno de los seres humanos en el nivel más profundo:

«Cierto día un joven fugitivo, tratando de ocultarse del enemigo, llegó a una pequeña aldea. La gente fue amable con él y le ofreció un lugar donde quedarse. Pero cuando los soldados que buscaban al fugitivo preguntaron dónde estaba éste oculto, todo el mundo sintió mucho miedo. Los soldados amenazaron con quemar la aldea y matar a todos sus habitantes si el joven no les era entregado antes del alba. La gente acudió al rabino para preguntarle qué hacer. Dudando entre entregar al muchacho al enemigo o que su gente fuera asesinada, el rabino se retiró a su habitación a leer la Biblia, esperando encontrar respuesta antes del amanecer. De madrugada, su vista se posó en estas palabras: ‘Es mejor que un hombre muera antes que perezca el pueblo entero’.

Entonces el rabino cerró la Biblia, llamó a los soldados y les dijo dónde se ocultaba el muchacho. Y una vez que los soldados se llevaron al fugitivo para matarlo, se celebró una fiesta en la aldea porque el rabino les había salvado la vida. Pero el rabino no participó en la celebración. Abrumado por una profunda tristeza, permaneció en su habitación. Aquella noche un ángel le visitó y le preguntó: ¿Qué has hecho? Él dijo: ‘He entregado al fugitivo al enemigo. Entonces el ángel le dijo: ‘Pero ¿no sabes que has entregado al Mesías?’. ‘Y ¿cómo podía yo saberlo?’, replicó el rabino ansiosamente. Entonces el ángel dijo: ‘Si hubieras visitado a ese joven una sola vez y le hubieras mirado a los ojos, lo habrías sabido'».

¿No se nos insta en la vida cotidiana a mirar profundamente a los ojos de aquellas personas que nos encontramos en la vida y descubrir en ellas el rostro de Dios? Puede que el mero hecho de saber que se trata también de un hijo amado de Dios hubiera bastado para impedir entregarlo al enemigo

Mañana, 8 de abril, es la Jornada por la Vida -que habitualmente celebramos el día de la Encarnación-, un buen momento para mirar a los ojos del otro y descubrir el rostro de Dios en cada uno de nuestros hermanos, redescubrir en ellos la vida humana como un don de Dios que nos revela su amor infinito. No un derecho que podamos exigir o un regalo que no exige responsabilidad o tarea. Es un don, una buena noticia que nos invita a acogerla siempre, incondicionalmente. Como tal debe ser recibida y valorada, también cuidada, desde su concepción hasta su muerte natural, con especial atención a los más vulnerables. Valorar y apoyar la maternidad, denunciar la trata de personas, la esclavitud o los derechos básicos cercenados, promover el fortalecimiento de la familia… también nos ayuda a descubrir el rostro de Dios en cada uno de sus hijos amados.

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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