En Cartas de nuestro Obispo, Notas de Prensa

Quiero compartir, con emoción contenida, la experiencia inigualable vivida durante la peregrinación a Roma con la unidad pastoral de Graus. Y ofrecer como regalo a toda la Diócesis la réplica del Cristo de san Vicente Ferrer bendecida por el Papa con el único deseo de que seas testigo del resucitado. Cristo sigue siendo seiscientos años después el mejor re – galo recibido. El único que nos permite ensanchar el espacio de la tienda común y nos ayuda «eucaristizar la vida», esto es, a poner a Jesucristo Eucaristía, como centro de todo lo que somos y tenemos.

Permitidme que utilice, hoy y las próximas semanas, el relato de los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-35) para evocar la similitud de lo que celebramos en cada eucaristía y lo que vivimos realmente en la vida cada día (5 momentos idénticos):

  • ¡Nosotros esperábamos! – (el perdón y la misericordia entrañable Dios)
  • ¿No estaba nuestro corazón en ascuas? – (la Palabra)
  • ¡Quédate con nosotros! – (la fracción del pan)
  • ¡Desapareció! – (la comunión)
  • ¡Era verdad, había resucitado! – (la misión compartida)

Nosotros esperábamos

Los discípulos de Emaús regresaron a casa porque se negaron a creer a las mujeres, se resistieron a aceptar la evidencia de los hechos, prefirieron romper la comunión y decidieron regresar a su hogar, vacíos y desilusionados. Era, hasta cierto punto, lógico. Lo habían perdido todo. Habían perdido a quien les había hecho recobrar el sentido de sus vidas. También, de hecho, las pérdidas se instalan en nuestras vidas y en nuestras mentes: la pérdida inexorable de la juventud (edad), la pérdida de la salud, la pérdida de nuestras capacidades física e intelectuales, la pérdida de la familia más directa, la pérdida de nuestras propias raíces (patria, pueblo, hogar), la pérdida real de poder, de responsabilidades, de confianza, de seguridad…, la pérdida del status y de prestigio social, la pérdida de la inocencia e ingenuidad primeras, la pérdida de la fraternidad, de la amistad, intimidad, amor… Nadie puede escapar de las angustiosas pérdidas que forman parte de nuestra existencia diaria: la pérdida de nuestros sueños. Pero por encima de cualquier otra pérdida está la pérdida de la fe, la pérdida del convencimiento de que nuestra vida tiene sentido. ¿Qué hacemos con nuestras pérdidas? Esta es la primera pregunta que tenemos que afrontar: ¿tratamos de ignorar – las?, ¿seguimos viviendo como si no fueran reales?, ¿se las ocultamos a quienes nos acompañan en el camino?, ¿tratamos de convencer a los demás y a nosotros mismos de que nuestras pérdidas son poca cosa en comparación con nuestras ganancias?, ¿culpamos a alguien de ellas?

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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