En Cartas de nuestro Obispo, Notas de Prensa, Obispo de Barbastro-Monzón

La cuarta mediación para descubrir al resucitado en la vida ordinaria es a través del pan y vino eucarístico. He aquí la paradoja. El que había sido invitado es ahora el que invita: «mientras estaba con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio». Así de simple, así de cotidiano, de obvio… y sin embargo, así de diferente. ¿Qué otra cosa puedes hacer cuando partes el pan con tus amigos? sino tomarlo, bendecirlo, partirlo y compartirlo.

Nada nuevo, nada sorprendente; sucede a diario en todos los hogares, en nuestras comunidades; pertenece a la esencia de la vida. Realmente no podemos vivir sin este pan. Sin este pan no hay comensalidad, no hay comunidad, no hay vínculo de amistad, no hay paz, no hay amor, no hay esperanza. La Eucaristía es el gesto más humano y más divino que podamos imaginar. Esta es la verdad de Jesús: tan humano y, sin embargo, tan divino; tan cercano y, sin embargo, tan misterioso; tan sencillo y, sin embargo, tan inasible…

Jesús es Dios para nosotros, Dios con nosotros, Dios dentro de nosotros. Jesús es Dios ofreciéndose y entregándose por completo, derrochando su vida por nosotros sin ningún tipo de reserva. Jesús no se guarda nada ni se aferra a lo que posee. Lo da todo. Mejor, se da todo.

Todos, especialmente nuestras madres, expresamos ese deseo de darnos a nosotros mismos en la mesa. Decimos: «comed, bebed, lo he hecho especialmente para vosotros. Comed más, es para que cojáis fuerzas, para que lo disfrutéis y saboreéis… para que veáis lo mucho que os quiero». Lo que deseamos no es sólo dar comida sino darnos a nosotros mismos.

En la Eucaristía, Jesús lo da todo. La Encarnación y la Eucaristía son las dos expresiones del AMOR inmensamente generoso de Dios. Por eso el sacrificio de la cruz y el sacrificio de la mesa son un único y mismo sacrificio, una completa autodonación de Dios que llega a toda la humanidad en el tiempo y en el espacio.

La palabra que mejor expresa este misterio de la total autodonación de Dios, es «COMUNIÓN». En y a través de Jesús, Dios quiere, no sólo enseñarnos, instruirnos o inspirarnos, sino hacerse uno con nosotros. Dios desea estar completamente unido a nosotros para que todo su ser y el nuestro puedan fundirse en un amor eterno. Dios no sólo desea entrar en la historia humana siendo una persona que vive en una época y un lugar determinados, sino que quiere ser nuestro alimento y nuestra bebida cotidianos en todo momento y lugar.

La Eucaristía es reconocimiento. Es darse perfecta cuenta de que el que toma, bendice, parte y da el pan y el vino es Aquel que, desde el principio de los tiempos, ha deseado entrar en comunión con nosotros. La comunión es lo que tanto Dios como nosotros deseamos. Es el grito más profundo del corazón de Dios y del nuestro, porque hemos sido creados con un corazón que sólo puede ser satisfecho por Aquel que lo ha creado. Dios puso en nuestros corazones un deseo de comunión que nadie más que Dios puede y quiere satisfacer.

 

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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