En Cartas de nuestro Obispo, Notas de Prensa, Obispo de Barbastro-Monzón

¡Cuántas palabras, palabras, palabras…!

¡Palabras que se las lleva el viento…!

¡Palabras vacías…!

¡Palabras ambiguas…!

¡Palabras engañosas…!

¡Palabras interesadas…!

Os confieso, con humildad, que creo que sólo hay una PALABRA que pueda iluminar y llenar de sentido nuestra vida…

Es la segunda condición para descubrir al resucitado en la vida ordinaria. Jesús mismo interpreta la Escritura para aquellos peregrinos de la tristeza y la desesperanza (“esperábamos que liberase a Israel”, v.17.21.26s) y les introduce en la experiencia de la conversión (“¿no ardía nuestro corazón mientras nos abría el sentido de las Escrituras?”, v.31).

La pérdida, el dolor, la culpa, el miedo, las fugaces esperanzas y las muchas preguntas sin respuesta… todo ha sido recogido por aquel desconocido e insertado en el contexto de una historia mucho más amplia que la de ellos. Lo que parecía tan confuso ha empezado a ofrecer nuevos horizontes; lo que parecía tan opresivo ha empezado a ser liberador; lo que parecía tan extremadamente triste ha empezado a adoptar un carácter gozoso. A medida que Él les habla, ellos van comprendiendo que sus pequeñas vidas no son tan pequeñas como habían creído, sino que formaban parte de un gran misterio que no sólo incluía a las innumerables generaciones pasadas, sino que trasciende los límites del tiempo y se extiende a la eternidad.

Lamentarse continuamente es más fácil que afrontar la realidad. Pero al desconocido no parecía preocuparle echar abajo sus defensas e invitarles a superar su estrechez de mente y de corazón.

¡Qué necios y torpes para creer…! Estas palabras tan fuertes y duras les debieron de llegar al alma a los dos discípulos. Jesús, trata así de despertarles, de quitarles la venda que llevan puesta en sus ojos[1], de derribar todas sus defensas y superar la aparente pérdida. Jesús les invita a confiar. Les ayuda a descubrir que las cosas son algo más que su apariencia.

¿No estaba nuestro corazón en ascuas mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Es con esta misteriosa presencia con la que quiere ponernos en contacto el «servicio de la Palabra» durante cada Eucaristía, y es esta misma presencia misteriosa la que se nos revela constantemente cuando vivimos nuestra vida eucarísticamente.

No podemos vivir sin las palabras que vienen de Dios. Palabras que nos arrancan de nuestra tristeza y nos elevan a un lugar desde el que podemos descubrir que estamos verdaderamente vivos.

Estas palabras son:

  • Para hacer presente a Jesucristo;
  • Para que arda nuestro corazón;
  • Para saber qué hacer y cómo hacerlo, a dónde ir y cómo llegar.

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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