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La tercera mediación para ver a Cristo resucitado en la vida ordinaria: la fracción del pan (v.30). Es el nombre original que recibe la Eucaristía en la primitiva comunidad cristiana. Es el lugar decisivo para reconocer al Señor resucitado (“referían a los once y a Pedro…cómo le reconocieron en la fracción del pan”, v.35)…

La Eucaristía vivida en el marco de la hospitalidad (“quédate con nosotros… y entró para permanecer con ellos”, v.29s). ¿Acaso tiene sentido partir el pan en un ambiente ausente de la hospitalidad, la fraternidad, la conciencia de la propia necesidad y la apertura al don compartido del maestro? A no ser que le invitemos, Jesús seguirá siendo un desconocido; sin una invitación, expresión del deseo de una relación duradera, la buena noticia que hemos oído no puede dar un fruto que permanezca. Sólo cuando invitas al otro a «venir y quedarse» puede un encuentro interesante convertirse en una relación significativa y transformadora.

¿Estás seguro de querer invitar hoy a Jesús a tu casa? ¿Quieres que venga a conocerte? ¿A compartir entre las cuatro paredes de tu vida más personal e íntima? ¿Deseas presentárselo a todas las personas con las que vives? ¿Le permites que te vea tal como eres en tu vida diaria? ¿Estás dispuesto a dejarle tocar los puntos más vulnerables? ¿Quieres realmente que se quede contigo cuando anochezca y el día toque a su fin?

La Eucaristía requiere esta invitación. Cuando después de la escucha de la Palabra decimos CREO en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo… estamos invitando a Jesús a nuestra casa, diciendo que estamos dispuestos a seguir confiadamente su camino. Esa es la verdadera hospitalidad: ofrecer un lugar seguro donde el desconocido pueda convertirse en amigo.

Jesús acepta la invitación a entrar en la casa de sus compañeros de viaje y se sienta a la mesa con ellos. Le ofrecen el puesto de honor. Se respira intimidad, amistad, comunidad. En este contexto tiene lugar la fracción del pan.

Pan y vino, máxima sencillez que representa la máxima grandeza de lo divino. La Eucaristía sólo surte el efecto deseado «desde la fe» si estamos habituados a no despreciar la pequeñez de lo que a nuestro alrededor sucede. Aquellos de Emaús, al caer la tarde sienten más que curiosidad por el desconocido peregrino, han sabido escuchar su Palabra, no han despreciado la sencillez de aquel que, en principio, no se había enterado de lo sucedido en Jerusalén.

En la apertura a lo inesperado de la vida cotidiana está la posibilidad de la experiencia gratificante de la salvación de Dios. ¿Acaso no es Dios libre para actuar del modo más inusual? ¿Cómo osamos acudir a la celebración del pan y del vino si no estamos capacitados para descubrir tantos panes y vinos que rodean nuestra vida, presencia y gracia de Dios? Sólo obtendremos todo el fruto de la fracción del pan si acudimos a ella con la disposición de la apertura al misterio de la presencia de Dios en mi vida, en la vida del otro y en la historia del mundo en que me muevo.

 

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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