En Cartas de nuestro Obispo

Tuve un compañero que siempre confesaba no haber sido nunca el más inteligente de su clase pero sí el más humilde. Podría haber sido éste el ejemplo que Jesús hubiera utilizado esta semana para explicarnos que la salvación es un don gratuito. Me encanta la pedagogía del contraste que utiliza Jesús en el evangelio que leemos en la Misa de este domingo. Contrapone dos modos de rezar que reflejan dos estilos de entender la vida. Realmente logra desconcertarnos. ¿Cómo es posible que un hombre trapacero consiga el favor de Dios mientras que otro recto y piadoso se vea recriminado? Al parecer no es cuestión de la cantidad de cosas que uno haya hecho sino de su actitud. Ante Dios no cabe ni aparentar ni alardear de virtuoso sino mostrarse como uno es con
autenticidad y humildad, como pecador arrepentido.

El acento de la parábola es mostrarnos la misericordia de Dios. Al concluir el mes misionero extraordinario propuesto por el Papa Francisco resulta providencial constatar cómo Jesús fue el primer «misionero ad gentes», enviado por el Padre para buscar y salvar lo que estaba perdido. El fariseísmo no es algo del pasado. Es una actitud religiosa que nos impide vernos tal como somos y que falsea nuestra relación con Dios y con los hermanos. Su fundamento es la soberbia humana, la prepotencia, el supremacismo… A veces también nosotros participamos de él. El prototipo del fariseo actual es el que apela a su buena conciencia y a su cumplimiento cultual o apostólico menospreciando por ejemplo a marginados, mendigos, alcohólicos, drogadictos, ludópatas, divorciados, inmigrantes, prostitutas, gitanos, etc.

El fariseo no aprobó el examen porque prefirió la seguridad de la ley a la aventura del amor y la contabilidad del mérito al riesgo de la fragilidad humana. Pero a Dios no le gusta la actitud  mercantil de quienes le sirven. Aunque hayamos hecho todo lo mandado y lo que estaba de nuestra parte, seguimos siendo humildes servidores de Dios y de los hermanos. Hemos hecho lo que teníamos que hacer.

 Con mi afecto y bendición
Ángel Javier Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón

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