La pregunta básica ¿quién soy? surge una y otra vez a lo largo de la vida. Te doy una respuesta: ¡Tú eres el Amado de Dios! Como cristiano, estoy firmemente convencido de que el momento decisivo de la vida pública de Jesús fue su bautismo, cuando oyó la afirmación divina: «Tú eres mi Amado, en quien me complazco». La tentación espiritual es dudar de esta fundamental verdad acerca de nosotros y confiar en identidades alternativas, confundiendo lo que soy con lo que hago, o lo que tengo, o lo que los demás dicen de mí. Porque no es fácil oír esta voz en un mundo lleno de voces que gritan: «no eres bueno, eres feo, no vales nada, eres despreciable, eres un don nadie mientras no demuestres lo contrario». Son voces tan altas y persistentes que resulta fácil creerlas.
Esta es la trampa del auto-rechazo, del fugitivo que se oculta de su verdadera identidad. La mayor trampa de la vida es el auto-rechazo, porque uno duda acerca de quién es realmente y eso puede manifestarse como falta de confianza o como exceso de orgullo, y ninguna de ambas cosas refleja en verdad la esencia de lo que somos. El auto rechazo contradice a la voz sagrada que proclama que somos amados como criaturas con sus limitaciones y con su gloria.
Las tentaciones de Jesús en el desierto pretenden apartarlo de esa identidad nuclear, hacerle creer que es otro distinto de quien es en realidad. Pero Jesús responde «Yo soy el hijo amado de Dios». Personalmente creo que que su vida entera es una afirmación continua de esa identidad en medio de todo. Emparejada con la tentación de dudar acerca de quién eres verdaderamente, está la tentación de la compulsión. ¿No esperas —como yo— que alguna persona, cosa o acontecimiento te proporcione esa sensación definitiva de bienestar interior que deseas? En la medida en que esperes ese misterioso momento, seguirás confuso, siempre ansioso e inquieto, siempre anhelante y airado, nunca plenamente satisfecho. Este es el camino hacia la muerte espiritual.
No conviene que nos perdamos. Somos el Amado. Hemos sido íntimamente amados mucho antes de que nuestros padres, profesores, cónyuges, hijos, amigos… nos amaran o nos hirieran. Esta es la verdad de nuestra vida. Ser el Amado es el origen y la consumación de la vida del Espíritu. Pero voy más allá: no sólo somos el Amado, sino que hemos de convertirnos en el Amado, dejando que nuestra condición se encarne en todo cuanto pensemos, digamos o hagamos. Esto conlleva un largo proceso de encarnación, que requiere la práctica regular de la oración.
Cada vez que escuches con atención la voz que te llama «Amado», descubrirás en ti un deseo de escucharla más tiempo y más profundamente. Una vez has tocado tierra fértil, pretendes ahondar más. Este ahondamiento en busca de una corriente subterránea es la disciplina de la oración. Yo defino la oración como la escucha de esa voz, la de aquel que te llama «el Amado». La disciplina de la oración es volver constantemente a la verdad de quiénes somos y afirmarla para nosotros.
Con mi afecto y bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón