¡Déjate abrazar!
Me golpearon muy duro estos versos del poeta chileno Nicanor Parra. Los he memorizado y casi siempre suelo recitárselos a las parejas que acompaño en su preparación al matrimonio:
Poco/ a/ poco/ me/ fui/ quedando/ solo./ Imperceptiblemente:/ Poco/ a poco/ Triste es la situación/ del que gozó de buena compañía/ y la perdió por un motivo u otro./ No me quejo de nada: tuve todo/ Pero/ sin/ darme/ cuenta/ Como un árbol que pierde una a una sus hojas/ fuime/ quedando/ solo/ poco/ a/ poco.
De igual modo quedé «descolocado» con un vídeo de Santi Requejo que colgó en redes en la Navidad de 2017, en el que 27 jóvenes respondían a cámara qué iban a regalar a sus seres queridos en estas fechas tan emblemáticas. Imaginad lo que sucedió para que al final todos cambiasen el regalo. Esta singular ocurrencia junto al poema de Nicanor Parra me van a servir como pretexto para lanzaros mi grito profético como «padre y pastor» a todos los hijos del Alto Aragón: «¡como en casa, en ningún sitio!» Allí es donde realmente visteis la luz y os sentisteis queridos, cómodos, seguros, felices, fecundos…
Quiero pediros perdón a todas las familias de nuestra Diócesis porque no siempre acertamos a deciros que lo que mendigabais fuera lo tenías en casa ni supimos estar, a veces, a la altura cuando abandonasteis vuestro hogar. No importa el tiempo que haya podido transcurrir. Y me gustaría que supieses que ¡os extrañamos! ¡os seguimos queriendo! ¡seguimos buscandoos! ¡aguardamos impacientes el día de vuestro regreso!… Os confieso que sin vosotros nunca llegaremos a ser esa única y gran familia (orquesta) que Dios sueña ni podremos recobrar en su hogar (la Iglesia) el AMOR que todos necesitamos.
Ojalá también lograra enmudeceros y propiciar ese profundo y fascinante REENCUENTRO con Aquel que se hace como tú para que tú puedas llegar a Él.
Si realmente hubiera sido consciente de vivir mis últimas navidades con mi hermana, con mi madre o con mi padre… mi regalo habría sido decirles con lágrimas en los ojos «¡os quiero!» y me hubiera fundido en un abrazo eterno.
Esta es la «gran locura de amor» que celebramos diariamente, aunque no seamos conscientes, en cada uno de nuestros hogares. Pero esta locura de amor, no termina aquí. Él nos enseñó a «amar hasta que duela», es decir, hasta dar la vida por el otro.
¡No resulta paradójico que nos pasemos la vida buscando amigos en Facebook o en Instagram, demandando afecto, mendigando reconocimiento, prestigio, poder… y, sin embargo, lo que más nos cuesta es dejarnos querer! Dejarnos abrazar por Dios y por los demás. Ojalá el coronavirus no nos haga inmunes.
Vivir sin amar es una desgracia pero vivir sin ser amado es una tragedia afirmaba certeramente el cardenal Gianfranco Ravasi. Lo más difícil, aunque parezca mentira, es dejarse abrazar. Tenerlo todo, como cantaba el poeta chileno, la ternura, la caricia, el cariño, la misericordia, el perdón… de Dios a través de tus hermanos y quedarte realmente SOLO.
Nos cuesta creer que, aunque uno se haya marchado de casa, en «la mesa de la fraternidad», cada día, sigue estando tu plato esperando tu regreso.
Lo que no imaginas es que tu verdadera vocación en esta tierra es hacer de PADRE, es decir, acoger a todos en tu casa (corazón) sin pedirles explicaciones y sin exigirles nada a cambio. Un padre capaz de reclamar para sí la única autoridad posible, la compasión.
Sólo así llegaremos a ser esa gran familia de familias que Dios sueña en nuestra Diócesis de Barbastro-Monzón.
Implícate a fondo, si estás dentro de su seno. Vuelve, si te sientes alejado, y enriquécenos con tus valores. Ojalá logremos devolver la dignidad que Dios otorgó a todas las personas y hagamos florecer un mundo más libre, fraterno y solidario. Esto es lo realmente audaz, moderno y fascinante: hacer de la Iglesia tu verdadero «hogar, tu «casa de acogida» o tu «hospital de campaña».
Haz de tu familia una iglesia doméstica, fuente y escuela de fraternidad.
Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón