Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-04-12
Hoy es el día de la alegría pascual; pero, con la que está cayendo a causa del coronavirus, el pudor nos frena para exteriorizarla. ¡Tantos miles de muertos! ¡Tantas familias que todavía no han podido recuperarse de la pena de no haber podido despedir a sus seres queridos como hubieran deseado! ¡Tantas limitaciones impuestas para evitar la propagación de la enfermedad! ¿Es posible hacer fiesta en una situación así? También es cierto que se cuentan por miles los enfermos que han superado la enfermedad y que son muchísimas las personas que están dando lo mejor de ellas en gestos silenciosos de solidaridad y servicio. Y esto produce gozo y proporciona esperanza.
En esta situación, celebrar la Pascua de la Resurrección ?con alegría contenida, eso sí, pero profunda y verdadera? es un regalo que no podemos ignorar. Aquí hay un hecho del que han dado testimonio unos hombres y mujeres que quedaron destrozados al ver lo que habían hecho con Jesús y no lograban superar su desconcierto porque Dios no había intervenido. Casi todos ellos huyeron o se escondieron, atenazados por el miedo, y ninguno había dado crédito a las palabras de Jesús cuando les hablaba de su resurrección. No estaban predispuestos a aceptar un hecho de estas dimensiones. Sin embargo, a pesar de haberle visto colgar exánime de una cruz, anuncian con insistencia que ”Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección“. Y saben que, al afirmar esto públicamente, arriesgan su propia vida y todo su futuro.
El Nuevo Testamento y las primeras generaciones de cristianos ofrecen un abundante bloque de narraciones y confesiones de fe que es absurdo menospreciar; en ellas atestiguan que el crucificado ha resucitado. ¿Qué quieren comunicar con esa afirmación, reiterada en los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, de que ”era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Cefas (Pedro) y más tarde a los Doce; después a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía; después a Santiago“, etc.? Pues, en primer lugar, que la resurrección de Jesús fue tan real como la cruz; y, además, que el resucitado ya no pertenece a este mundo, sino que vive en Dios de un modo nuevo y para siempre; pero, al mismo tiempo, está presente en este mundo de manera real, con su plena identidad.
No se trata de un muerto que ha vuelto a vivir, como ocurrió con el hijo de la viuda de Naín o con la hija de Jairo o con Lázaro ?los tres volvieron a la vida, pero volvieron a morir?, sino que la resurrección ha proporcionado a Jesús una vida que ya no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte, pues está más allá de eso; una vida que ha inaugurado una nueva dimensión de ser hombres y mujeres junto a Dios. Éste es el gran regalo de la Pascua: seguir siendo nosotros mismos junto a Dios para siempre con aquellos a quienes amamos y nos han amado. Por eso, nuestra mejor oración, en este día y en medio de la pandemia, es la de la Misa pascual:
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén. Aleluya.
Pedro Escartín Celaya