Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-05-24
Durante cuarenta días, Jesús dio pruebas a sus discípulos de que estaba vivo: comió y bebió con ellos y los fue poniendo a punto para la tarea que iba a encomendarles. En este tiempo también les hizo comprender que ya no pertenecía a este mundo: el Resucitado había alcanzado una dimensión supraterrena. Ellos encontraron una frase muy expresiva para describir la nueva existencia de Jesús: “Dios lo había sentado a su derecha”. Para las gentes de aquella cultura, sentar a alguien a la derecha era el honor máximo que un magnate podía conceder a quien quería honrar. Por eso, explicaron el triunfo definitivo de Jesucristo en términos de ascensión o de exaltación a la derecha de Dios: por la resurrección había sido constituido “Señor” y, exaltado “a la derecha de Dios”, daban a entender la culminación del triunfo de quien fue tratado como un miserable crucificado.
Esto es lo que la Iglesia reconoce y celebra en la fiesta de la ascensión. Además, Jesús quiso dejar aquí quién continuara su tarea y la misión para la que vino a este mundo. Por ello, hoy celebramos también el nacimiento de la Iglesia. Según el evangelio de san Mateo, proclamado en esta fiesta (Mt 28, 16-20), Jesús convocó a sus discípulos en Galilea después de su resurrección. ¿Por qué en Galilea? Porque allí había empezado el anuncio de que el reinado de Dios estaba llegando. Ahora, cuando la resurrección proclama que ese reinado ya no es una promesa, sino un hecho palpable, Jesús quiere escenificar, en el mismo monte donde anunció las bienaventuranzas, que la Iglesia se pone camino.
Confía a sus discípulos la misión, que antes les adelantó de forma parcial: no han de limitar su predicación a Israel, sino que debe llegar a todos los pueblos; no han de anunciar que el Reino de Dios está cerca, sino que han de confirmar que ya ha llegado en la persona de Jesús, han de enseñar a “guardar lo que os he mandado” y han de bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” a todo el que crea. Con este encargo se pone en pie la Iglesia. Mientras los discípulos miraban al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse”. No hay, pues, lugar para el recuerdo y la añoranza; deben pasar a la acción; ahora es su turno, ahora es el turno de la Iglesia.
Con la Ascensión, pongo punto final a estas sugerencias de oración, que he venido ofreciendo durante el tiempo del confinamiento. Mañana he de retomar las tareas pastorales que antes me eran habituales y no dispondré del tiempo necesario para elaborar estos textos. Deseo que hayan sido de alguna utilidad y hayan ayudado a que cada cual elabore su propia oración a partir de la Palabra que Dios generosamente nos ofrece cada día. Sirva esta joya, que es la oda de fray Luis de León a la Ascensión, para despedirme y alimentar el deseo de seguir en comunión con quien ha sido sentado a la derecha de Dios:
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
en soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde volverán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quien gustó tu dulzura
¿qué no tendrá por llanto y amargura?
Y a este mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al fiero viento, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?
Ay, nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
Amén.
Pedro Escartín Celaya