En Notas de Prensa

Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-05-14

La elección de Matías para incorporarlo al grupo de los Doce, que se proclama en la primera lectura de este día de su fiesta (Hch 1, 15-26), es un hecho relevante, en primer lugar por su significado: el número de los Doce simboliza a los doce patriarcas y a las doce tribus de Israel. Lo que nos da a entender que la primera comunidad se sintió llamada a proseguir la intención de Jesús, de recoger, continuar y renovar el pueblo de las promesas de salvación, hechas por Dios a los patriarcas. Para los cristianos del primer momento, procedentes todos ellos del judaísmo, el simbolismo de “los Doce” era indiscutible; por eso decidieron completar el número, después de la desaparición de Judas, el traidor.

Otros dos detalles reclaman también nuestra atención: uno es la condición de vida que debía acompañar a los candidatos; tenían que ser de los que habían compartido el discipulado desde el principio, desde que Juan bautizó a Jesús en el río Jordán, hasta el día de su ascensión al Padre. Es decir, debían tener experiencia directa de Jesús: de su predicación, de su modo de vivir, de su muerte y de su resurrección. En definitiva, esto es lo que habrían de transmitir a los futuros creyentes. Sobre todo  debían ser testigos de la resurrección, porque este hecho constituía para todos ellos ?y también para nosotros? el fundamento de la fe y del seguimiento de Jesús.

La comunidad tuvo una importancia decisiva en la elección de Matías como apóstol. Pedro, cuya autoridad es tácitamente reconocida, habló al grupo de los “hermanos”, que en aquellos primeros días previos a Pentecostés sólo eran un puñado: unos ciento veinte. Entre ellos, el autor de los Hechos ya había hecho notar la presencia de algunas mujeres, además de María, la madre de Jesús, y de algunos de sus parientes. Era, pues, una comunidad mixta, lo cual no era normal en el ambiente judío, que relegaba a las mujeres a un espacio prácticamente invisible y no les permitía formar parte del punto de encuentro y oración más habitual como era la sinagoga. Esta novedad avala, por lo insólito, la veracidad histórica de lo que aquí se narra. La comunidad intervino proponiendo los candidatos, rezando para pedir a Dios que manifestase su voluntad, y echando las suertes, que venía siendo un sistema habitual entre los judíos. La suerte recayó en Matías y fue incorporado al grupo de los Doce; desde entonces, su autoridad apostólica fue aceptada por todos. Esto nos hace ver que la vida de la Iglesia ha sido comunitaria desde el principio, y así debe seguir siendo, pues, como dice el Concilio Vaticano II: “Quiso el Señor santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente” (LG 9). Por ello, todo intento individual y aislado de encuentro con Dios conduce a encontrarse sólo con uno mismo.

El evangelio de esta fiesta (Jn 15, 9-17) nos ofrece, entre otras, una perla preciosa, en las palabras de Jesús dirigidas a todos y cada uno de sus seguidores: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Es tanto como decir: ya no tengo secretos con vosotros. Para todo discípulo de Jesús, esta afirmación es consoladora y fuente de una viva relación espiritual. Pidamos hoy al apóstol Matías que  nos ayude a conocer y seguir a Jesús como él lo hizo, rezando con devoción el siguiente himno propio de la fiesta de los santos apóstoles:

¡Guardadnos en la fe y en la unidad,
vosotros, que ya estáis desde el principio
en comunión con Cristo y con el Padre!
¿A quién acudiremos
cuando la fe va herida
sino a vosotros, testigos vigilantes,
que anunciáis con palabra poderosa
lo que era en el principio,
lo que vieron de cerca vuestros ojos
y lo que vuestras manos
tocaron y palparon del Verbo de la vida?

¡Guardadnos en la fe y en la unidad…
¿En quién descansaremos
la duda y la esperanza
sino en vosotros, cimientos de la Iglesia,
que habéis visto al Señor resucitado,
y oísteis al Espíritu
revelar por el fugo y la palabra
el misterio de Cristo
que estaba oculto en Dios desde los siglos?
¡Guardadnos en la fe y en la unidad…

Pedro Escartín Celaya

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