En Notas de Prensa

Jueves de la II semana de Pascua y San Jorge, Patrón de Aragón. Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-04-23

Hoy y mañana se narra, en la primera lectura de la Eucaristía, la persecución de los apóstoles por anunciar a Jesús resucitado como el Mesías de Israel (Hch 5, 27-33 y 34-42). Lucas, autor de los Hechos de los Apóstoles, quiere dejar patente que la oposición con la que se va encontrando la difusión del evangelio es creciente. Pero también muestra la libertad interior con la que los apóstoles obedecen a Dios antes que a los hombres, y su valentía, que contrasta con los miedos que antes les habían atenazado; esto es obra del Espíritu Santo en ellos.

En esta ocasión, los jefes dan un paso más: no sólo les amenazan y les prohíben hablar “en nombre de ese”, sino que les someten a la afrenta de los azotes. Pero los apóstoles “ningún día dejaban de enseñar, en el tempo y por las casas, anunciando el Evangelio de Jesucristo”. La oposición humana a la realidad sobrehumana del mensaje de Jesús fue y sigue siendo inevitable. Jesús encontró oponentes y sus discípulos también, en todos los momentos de la historia: hoy celebramos al patrón de Aragón, San Jorge,  que murió mártir en los tiempos del imperio. Conviene que lo tengamos en cuenta cuando nos quejamos doloridos porque el mundo no nos quiere; no somos de los suyos, ni podemos justificar la cizaña que en el campo del mundo siembra todos los días “el enemigo”. Por eso, las contradicciones y la persecución, lejos de amilanarnos, han de llevarnos a vivir la actitud que Jesús propuso en la última de las bienaventuranzas: “alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos”.

En el episodio de los Hechos de los Apóstoles, hay un dato interesante: los adversarios principales fueron los saduceos -la aristocracia culta y económica de Israel-, mientras que Gamaliel, un fariseo, doctor de la ley y respetado por todo el pueblo, puso un punto de moderación y sentido común. Recordó al Consejo cómo habían surgido varios visionarios -citó a un tal Teulas y a Judas el Galileo-, que arrastraron tras de sí a un grupo de seguidores; ambos fueron ejecutados y todos sus secuaces se dispersaron. Por lo que les dio este consejo: “No os metáis con esos hombres -con los apóstoles-; si su idea es cosa de hombres, se dispersarán; pero si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos, y os expondríais a luchar contra Dios”. Viendo la larga marcha que ha llevado adelante la Iglesia por la historia humana, lo de Jesús de Nazaret no era cosa de hombres, sino de Dios.

Lo que la liturgia nos recuerda en estos días no puede menos de suscitar serenidad y ánimo para el camino, que, como discípulos de Jesús, venimos andando a pesar de la oposición que a veces
encontramos. Y durante este tiempo de pandemia, gratitud por la presencia del Espíritu del Señor, que nos sostiene para luchar contra la enfermedad, para mantenernos activos en la solidaridad y para descubrir, sin amargura y con esperanza, que esta tierra no es nuestra ciudad permanente. Como ha dicho González Faus: «la cultura de hoy (sierva tantas veces de la economía) lo que nos quiere decir es: “comamos y bebamos que nunca nos moriremos”. Por eso ha podido ser tan fuerte el impacto del coronavirus: de repente hemos descubierto que somos mucho más frágiles de lo que creíamos». En estas circunstancias, nos reconforta felicitar a María por la resurrección de su Hijo:

Regina caeli, laetare, alleluia.
Quia quem meruisti portare, alleluia.
Resurrexit, sicut dixit, alleluia.
Ora pro nobis Deum, alleluia.
Gaude et laetare Virgo María, alleluia.
Quia surrexit Dominus vere, alleluia.
Deus, qui per resurrectionem Filii tui,

Domini nostri Iesu Christi, mundum laeti-
ficare dignatus es: praesta, quaesumus;

ut, per eius Genetricem Virginem Ma-
riam, perpetuae capiamus gaudia vitae.

Per eundem Christum Dominum nos-
trum. Amen.

Reina del cielo, alégrate, aleluya.
Porque a quien has llevado en tu vientre, aleluya.
Ha resucitado como dijo, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
Goza y alégrate Virgen María, aleluya.
Porque el Señor ha resucitado de verdad, aleluya.
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, Nuestro
Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría,
concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen
María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo
Nuestro Señor. Amén.

Pedro Escartín Celaya

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