Documento para descagar: para-el-ngelus-2020-04-30
El martirio del diácono Esteban desató la persecución contra la Iglesia de Jerusalén, sobre todo contra los cristianos judeo-helenistas del círculo de Esteban, y como testifica el libro de los Hechos, “todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría”. Lo que empezó siendo una desgracia, terminó en una magnífica oportunidad para dar a conocer el “evangelio” de Jesús, pues“los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra”. Uno de los dispersados fue Felipe, no el apóstol del grupo de los Doce, sino otro Felipe, que formaba parte del grupo de los siete diáconos al que también pertenecía Esteban, y al que se le había encomendado el cuidado de los pobres de la comunidad.
Pronto encontramos a Felipe evangelizando a un pagano, en un episodio muy rico en sugerencias (primera lectura de este día: Hch 8, 26-40). El relato recuerda un poco la aparición de Jesús a los de Emaús: tiene lugar en el camino y la Escritura Santa vuelve a ser el punto de partida para encontrarse con Jesús. Además, el autor de los Hechos subraya el protagonismo del Espíritu Santo en la evangelización, como actor entre bastidores, puesto que es Él quien hace que Felipe se ponga en camino y se acerque a la carroza del etíope. El diálogo entre el etíope y Felipe es de lo más sabroso. Aquél, que debía ser un prosélito del judaísmo, iba leyendo al Profeta Isaías en el pasaje sobre el Siervo de Yahvéh que dice: “Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca”. Y preguntó a Felipe: ¿de quién dice esto el Profeta? Tomando pie en este pasaje, Felipe le explicó que el Profeta ya estaba anunciando a Jesús, cuya sangre había sido derramada en Jerusalén para el perdón de los pecados; y partiendo de esto “le anunció la Buena Noticia de Jesús”. La conversación concluyó con la conversión y bautismo del etíope, que siguió su camino lleno de alegría, mientras Felipe era conducido por Espíritu Santo hacia Azoto y Cesarea, evangelizando por donde pasaba.
Fue la primera comunidad cristiana quien aplicó a Jesús los textos de Isaías sobre el siervo sufriente. Jamás los judíos contemporáneos de Jesús se habían atrevido a aplicarlos a sus mártires. Al hacerlo, aquellos cristianos reconocían en Jesús al que había sido anunciado por los Profetas ?el justo que sufre injustamente y produce así la salvación y el perdón de sus hermanos?, y esclarecían el escándalo que producía a unos y a otros el haber visto morir a Jesús en una cruz como malhechor. Es el escándalo que para el apóstol Pablo se convierte en “fuerza de Dios”, como escribe en su primera carta a los Corintios: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para nosotros, fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor 1, 18-25).
Lo ocurrido entre el etíope y Felipe nos recuerda que nuestro encuentro personal con Cristo tiene una mediación: la predicación de la Iglesia, que nos da a conocer a Jesucristo y nos vincula con Él por medio de los sacramentos, sobre todo, del Bautismo y la Eucaristía. Lo mismo que la persecución se transformó en oportunidad para que la Buena Noticia de Jesús llegase a muchos, el aislamiento al que nos ha abocado la pandemia puede ser una oportunidad para intensificar nuestro encuentro con el Señor en la oración, para poner confiadamente nuestras vidas en sus manos y para darle gracias por el Bautismo y la Eucaristía, con los que nos ha regalado. Así lo hacemos con el salmo 24:
A ti, Señor, levanto mi alma;
Dios mío, en ti confío,
pues los que esperan en ti
no quedarán defraudados.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad; enséñame,
porque tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
Las sendas del Señor
son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza
y sus mandatos.
Por el honor de tu nombre, Señor,
perdona mis culpas, que son muchas.
El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza.
Tengo los ojos puestos en el Señor,
porque él saca mis pies del peligro.
Pedro Escartín Celaya