Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-04-21
La conversación de Nicodemo con Jesús, que ayer comenté, continúa en el evangelio de este martes de la II semana de Pascua (Jn 3, 5-9). Jesús reafirma la intervención del Espíritu y del agua en ese nuevo nacimiento, que anuncia a Nicodemo. El fariseo, perplejo ante algo tan novedoso como es el nacer de nuevo, le pregunta: ”¿Cómo puede suceder eso?” Y Jesús, poniendo de manifiesto que la comprensión de Dios y del ser humano a la que los judíos habían llegado con la Ley de Moisés no era completa, le responde: ”Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes?” Lo que Nicodemo, y todo Israel, debía entender era que con Jesús había llegado un tiempo nuevo, porque él había sido enviado por Dios como dispensador de los bienes definitivos.
La revelación clave de esta conversación se condensa en la frase ”el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”. Con ella, Jesús recuerda el principio de los tiempos, cuando ”el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” y surgía flamante la creación (Gen 1, 2). Y ahora ?dice? vuelve el Espíritu a aletear sobre el agua para que surja la nueva vida que nos hace capaces de entrar en el Reino de Dios. Esa agua es el sacramento del Bautismo, y más aún, la Iglesia, que es sacramento primordial, seno materno en el que el Espíritu engendra la nueva vida. Así lo entendió Tertuliano, a principios del siglo III, cuyas palabras han sido interpretadas recientemente por Photina Rech con esta frase: «Nunca estuvo ni está Cristo sin la Iglesia». En el sacramento, el agua simboliza la tierra materna, la santa Iglesia que acoge en sí la creación y la representa.
¿Dónde está la Iglesia en esta crisis del coronavirus?, ha preguntado alguno, tal vez con más animosidad que conocimiento de lo que realmente se está haciendo. La Iglesia está junto a millones de hombres y mujeres de este país, acompañando discreta y eficazmente su dolor, sus miedos, sus carencias, su generosidad y su esperanza. Lo que ocurre es que hacer el bien raramente se convierte en un titular y, además, sigue vigente la recomendación de Jesús: ”cuando hagas limosna, que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda”.
Reconozcamos, en este día, el influjo creativo que el Espíritu Santo ejerce sobre la Iglesia para que lleguemos a ”nacer de nuevo”. A comienzos del siglo XX, Alfred Loisy, máximo representante de la última de las herejías, la herejía modernista, con más soberbia que acierto, formuló una apreciación que se hizo célebre: «He aquí que Jesucristo anunció el Reino, pero nació la Iglesia». No fue capaz de darse cuenta de que él también era protagonista de una Iglesia que es santa, por el Espíritu, y pecadora, por los miembros que la conformamos, siempre necesitados de conversión y reforma. Con gratitud, confesemos nuestra fe en la Iglesia, que pone lo mejor de sí misma en la lucha contra la pandemia, y oremos con estas palabras del profesor universitario José Román Flecha:
Viña sorprendente,
retorcida y verdeante,
elegida, plantada y defendida
por el Dueño atento de los campos.
Parcela y heredad, fecunda arada
en la que duermen y brotan
los granos de cosechas impensables,
a pesar de cizañas y pedruscos.
Vientre generoso del que nacen
los hijos incontables
que anuncian por el mundo
el mensaje fraternal de la concordia.
Luna que del Sol recibe su claror
y serena lo refleja,
en fases de sombra y esplendores.
Madre fecunda y ejemplar
de santos y de vírgenes,
de creyentes sinceros y entregados,
de gentes mediocres como yo
y de fieles probados
con sangre de martirio.
Enfermera paciente y vigilante
para el ánimo cansado y deprimido,
y para el cuerpo desgarrado
por mil llagas y lepras olvidadas.
Faro y candil, mano y caricia,
templo y altar, puerta y redil,
pan y mantel, mesa y hogar.
Creo en la Iglesia.
Pedro Escartín Celaya