En Notas de Prensa

Documento para descargar: 2020-05-13

En la conversación que siguió a la Cena de despedida, Jesús insistió en varios temas fundamentales para sus discípulos y para la Iglesia que se estaba gestando y vería la luz después de la resurrección. Para hacernos cargo de su importancia, basta repasarlos sumariamente: les habló sobre el verdadero discipulado, el odio del mundo hacia él y hacia los suyos, y sobre todo les anunció al Espíritu Santo como el defensor y el que les proporcionaría el consuelo y la luz que tanto iban a necesitar…

El evangelio que hoy nos ofrece la liturgia clarifica quiénes son los verdaderos discípulos de Jesús (Jn 15, 1-8). Hay, en este fragmento, una imagen bíblica muy sugerente, la de la vid: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador”, y junto a esta imagen, un verbo: “permanecer”; es preciso permanecer unidos a Jesús, como los sarmiento con la vid, para dar fruto: “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí …; porque sin mí no  podéis hacer nada”.

La imagen de la viña que da agrazones en lugar de sabrosos racimos la aplicó el profeta Isaías a aquel pueblo elegido e infiel (Is 5, 1- 7): “Esperaba de ellos justicia -dijo Dios por boca del profeta-, y hay asesinatos; honradez, y hay alaridos”. También Jesús habló de una higuera estéril plantada en la viña, que, cuando el amo decidió cortarla, después de comprobar año tras año que no daba fruto, el viñador intercedió por ella y se comprometió a cuidarla con especial esmero un año más por si todavía daba fruto (Lc 13, 6-9). Con ello, ponía de manifiesto la paciente misericordia de Dios, pero también que la salvación no se produce de un modo mágico: no basta con ser un sarmiento de la vid que es Jesús, ni con declararse hijo de Abrahán; es necesario que el flujo vital que la savia lleva de la cepa a los sarmientos no se interrumpa. De ahí la insistencia en la necesidad de “permanecer”, de “dar frutos”, de “guardar los mandamientos”, particularmente el del amor, para que la compenetración del Redentor y  del redimido se mantenga viva. De lo contrario, el sarmiento no da fruto, se seca, lo cortan y lo echan al fuego, porque no sirve para otra cosa.

Estas palabras sobre la vid y los sarmientos fueron pronunciadas en el contexto de la primera Cena eucarística, que fue preludio del sacrificio de Cristo e inauguración del sacramento, en el que la comunidad reunida experimenta cada día la presencia del Redentor y su permanencia en ella: “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6, 56). Dios quiera, que estos meses de abstinencia celebrativa, a los que nos ha sometido la prevención del coronavirus, nos ayuden a descubrir y vivir con renovada intensidad la fuerza vivificante del sacramento eucarístico, que no es un rito rutinario, sino el memorial vivo y actual de un amor entregado “hasta el  extremo”. Que la intercesión de María, cuyas apariciones en Fátima hoy veneramos, y las estrofas del himno eucarístico Pange lingua nos ayuden a sentirnos sarmientos unidos vitalmente a la vid, que es Cristo:

Que la lengua humana
cante este misterio:
la preciosa sangre
y el precioso cuerpo.
Quien nació de Virgen
Rey del universo,
por salvar al mundo,
dio su sangre en precio.
Se entregó a nosotros,
se nos dio naciendo
de una casta Virgen;
y, acabado el tiempo,
tras haber sembrado
la palabra al pueblo,
coronó su obra
con prodigio excelso.

Fue en la última cena
?ágape fraterno?,
tras comer la Pascua
según mandamiento,
con sus propias manos
repartió su cuerpo,
lo entregó a los Doce
para su alimento.
La Palabra es carne
y hace carne y cuerpo
con palabra suya
lo que fue pan nuestro.
Hace sangre el vino,
y, aunque no entendemos,
basta fe, si existe
corazón sincero.

Pedro Escartín Celaya

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