En Notas de Prensa

 

Documento para descagar: para-el-ngelus-2020-04-22

Los quebraderos de cabeza de los sumos sacerdotes y los de su partido, lejos de disminuir, no habían hecho más que empezar. Pensaron que eliminando a Jesús podrían sentirse seguros en su
conservadurismo religioso y social, y se encontraron con que sus discípulos no dejaban de hablar en su nombre y de anunciar la resurrección. La mayor parte de los sumos sacerdotes pertenecía al partido de los saduceos, que representaban el movimiento aristocrático entre los judíos y no creían en la resurrección, lo que les valió algunos enfrentamientos dialécticos con Jesús. Ahora quieren tapar la boca de sus discípulos, pero el ángel de Señor se lo impide, como nos narra el fragmento de los Hechos de los Apóstoles, que hoy hemos escuchado en la primera lectura de la Eucaristía (Hch 5, 17-26): prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel común, pero el ángel del Señor les abrió las puertas y los sacó fuera, diciéndoles: “Id al templo y explicadle allí al pueblo este modo de vida”.

Cuando los jefes se enteraron, volvieron a llevar ante el Consejo a los apóstoles para interrogarles, pero “sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease”. ¿No hubiera sido más razonable que, a la vista de la curación del tullido y de los signos que volvían a surgir en torno al nombre de Jesús, hubieran dudado de sus propias convicciones y las hubieran revisado? Pero no. Es propio del poder, cuando se alía con el dinero, excluir a quien no secunda sus postulados. En el evangelio de este mismo día (Jn 3, 16-21), Jesús desenmascara, en su conversación con Nicodemo, la obcecación de quienes se empeñan en defender a ultranza su manera de obrar, por más equivocada que sea.

En esta conversación, Jesús anticipa el juicio final al momento presente. Es un juicio que no necesita juez, pues son las obras de cada cual las que dictan la sentencia, y sus palabras son profundamente consoladoras: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Por eso, quien no acoge en su corazón este gran don que es Jesús, pierde la oportunidad de su vida y se condena a sí mismo a permanecer en la oscuridad de no saber de dónde viene, hacia dónde va y quién le espera al final del camino: “Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente, detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras”.

No deja de ser significativo que, tal como dice la información, la pandemia se haya cebado sobre todo en Europa y en los Estados Unidos, poniendo en evidencia que nuestra pretendida supremacía cultural, tecnológica y social no ha servido para prevenir eficazmente el ataque de un minúsculo virus. No despreciemos la cura de humildad que una sabia lectura de estos signos nos puede proporcionar y reaccionemos como el creyente que rezó el salmo 33, y que ahora volvemos a poner en nuestros labios:

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias.
El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.

Pedro Escartín Celaya

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