En Notas de Prensa

Documento para descagar: para-el-ngelus-2020-04-20

El viernes pasado veíamos que los apóstoles Pedro y Juan habían vuelto ”al grupo de los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los senadores“, y todos se pusieron a orar. Al terminar la oración “tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la Palabra de Dios”. Hoy volvemos a fijar la atención en esta irrupción del Espíritu Santo, que les dio valentía y el don de comprender las palabras y la misión de Cristo (Hch 4, 23- 31). Es el mismo Espíritu del que Jesús había hablado con Nicodemo.

El evangelio de este día (Jn 3, 1-8) narra el comienzo de esta conversación con Nicodemo, y la seguiremos leyendo en los próximos días. Nicodemo era un fariseo, “principal entre los judíos” y miembro del Consejo; era también un hombre honesto, por lo que se deduce de otros pasajes del evangelio. El evangelista lo presenta como representante del judaísmo docto y de un grupo que estaba seriamente interesado por Jesús: “sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él”, le dijo nada más empezar a hablar. No pensaban lo mismo aquellos otros fariseos que no daban crédito a los signos que Jesús hacía. Pero Nicodemo fue a hablar con Jesús “de noche”, porque no quería que se divulgase su simpatía hacia él. Nicodemo simboliza a los cristianos “vergonzantes”: creyentes que silencian su fe para no ver perjudicados sus intereses o su situación social. Ya existían entonces, y siguen existiendo; lo que nos lleva a preguntarnos si nosotros podríamos ser contados en este grupo de cristianos que se sienten como tales, pero sin que se note.

Jesús derivó enseguida la conversación hacia el tema principal: “Te lo aseguro ?le dijo?, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo, anclado en el realismo, reaccionó diciendo: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?” Pero Jesús hablaba de ese nacimiento interior que opera el Espíritu Santo por medio del bautismo, ese nacimiento que nos hace ver la cara oculta de la realidad y descubrir a Dios en los avatares vulgares de la existencia, ese nacimiento que da valentía ante la adversidad. El Espíritu Santo ?le dijo Jesús? es como el viento, que no sabes de dónde viene ni a dónde va, pero lo percibes, oyes su ruido, y nos alumbra para que seamos nuevas criaturas liberadas del apego a lo terreno. El Espíritu Santo nos lleva a nacer de nuevo para que seamos hombres y mujeres seducidos por la verdad, amantes de la vida, iluminados en nuestro caminar diario por Cristo, la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

¡Cuánto necesitamos que el Espíritu Santo nos haga nacer de nuevo! Cuando tenemos que afrontar un día más el confinamiento y los miedos, necesitamos ese soplo vivificante del Espíritu con el que la vida, el presente y el futuro tienen otro color y otra esperanza. Así lo expresaba el metropolita ortodoxo de Lataquia, Mons. Ignacio Hazim, invitando a agradecer la presencia silenciosa y eficaz del Espíritu Santo en nuestras vidas:

Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos;
Cristo se queda en el pasado;
el Evangelio, en letra muerta;
la Iglesia no pasa de simple organización;
la autoridad se convierte en dominio;
la misión, en propaganda;
el culto, en evocación;
y el quehacer de los cristianos, en una moral de esclavos.

Con el Él, el hombre lucha contra la carne;
Cristo resucitado está ahí;
el Evangelio es poder de vida;
la Iglesia significa comunión trinitaria;
la autoridad, un servicio liberador;
la misión, un Pentecostés;
la liturgia, memorial y anticipación;
la actuación humana es deificada.

Pedro Escartín Celaya

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