En General, Notas de Prensa

Documento para descargar: pata-el-ngelus-2020-04-18

El evangelista Marcos, más escueto que sus colegas, se muestra parco a la hora de contar las apariciones del Resucitado. Sólo cita la aparición a las mujeres en la mañana de Pascua y hace una leve referencia a la aparición a los dos que ”iban caminando a una finca“ y a los Once reunidos. Pero compensa su laconismo con algunos detalles, que no debemos pasar por alto.

Por una parte, es significativo que, en su evangelio, la actividad pública de Jesús queda enmarcada entre la curación de una mujer -la suegra de Pedro, modelo de servicialidad, que estaba postrada en cama con unas fiebres- y el gesto de la viuda pobre, modelo de generosidad, que echó en el cepillo del templo todo lo que tenía. Y el acontecimiento cumbre de la existencia de Jesús también está enmarcado con la presencia femenina: la unción generosa de una mujer en Betania antes de la pasión y el gesto de estas mujeres que van a embalsamar su cadáver y se topan con un ángel que les anuncia la resurrección: ”Ha resucitado; no está aquí“. El evangelio de hoy, sábado de Pascua, recoge este acontecimiento (Mc 16, 1-15). Dentro de un contexto cultural marcado por la presencia preponderante de lo masculino, nos da qué pensar este nuevo guiño al papel que juegan las mujeres en el evangelio.

Además, la narración de Marcos subraya otros detalles, que no son tan explícitos en los otros evangelistas. Uno es el de la turbación y asombro que aquella extraordinaria revelación produjo en las
mujeres. Las dejó paralizadas y de momento no fueron capaces de hablar e ir a transmitir la noticia. Poco a poco se hicieron a la idea y fueron a anunciarla ”a sus compañeros que estaban tristes y llorando“. Pero éstos ?es otro detalle interesante?, infectados por ese realismo que tanto ataca a los seres humanos, ”no las creyeron“. Tuvo que ser el propio Jesús quien les curase esta infección, al aparecerse a los Once, ”cuando estaban a la mesa y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado“. A pesar de todo, esa inicial incredulidad de los discípulos nos resulta útil, pues manifiesta hasta qué punto los discípulos no estaban predispuestos a creen en la resurrección: el hecho tuvo que imponerse sobre sus expectativas.

Podría ser que, después de un mes largo de confinamiento a causa de la pandemia del coronavirus, también la impaciencia y la incredulidad se abriera paso en nuestro ánimo: ¿se acabará esto algún día? ¿escucha Dios nuestras oraciones? Reconozcamos que también estamos infectados de omnipotencia e inmediatez. Como los niños maleducados, estamos convencidos de que lo podemos todo y, además, que hemos de conseguirlo ya, enseguida, en este momento, porque no podemos (o no sabemos) esperar. Jesús nos dijo: ”pedid y se os dará“, pero además previó nuestra impaciencia y contó la parábola del juez inicuo y la viuda importuna y constante (Lc 18, 1-8) para inculcarnos que es preciso ”orar siempre sin desfallecer“. Oremos, pues, una vez más con las palabras del Papa sobre esta pandemia:

Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino
como signo de salvación y de esperanza.
Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos,
que bajo la cruz estuviste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación de todos los pueblos,
sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros que proveerás,
para que, como en Caná de Galilea,
pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo que nos dirá Jesús,
quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos
y ha cargado nuestros dolores para conducirnos,
a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios.
No desprecies nuestras súplicas, que estamos en la prueba,
y libéranos de todo pecado, oh Virgen gloriosa y bendita.

Pedro Escartín Celaya

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